La columna de Toño
Por: P. Toño Parra Segura
Los temas de los domingos anteriores de “vocación”, “conversión” y “compromiso” son como unas pautas para la misión de anunciar el reinado del Padre que nosotros debemos continuar.
Todos los días los medios de comunicación nos aturden con violencia, corrupción, engaño, mentira, promesas falsas, discusiones y empleo de palabras que carecen de fuerza por la falta de autoridad de los que las pronuncian.
Hoy, las palabras pueblo, democracia, cambio, desplazados, acuerdo humanitario, empleo, pobreza absoluta, niñez desamparada, la tercera y cuarta edad abandonada y en especial la social, son vocablos de rutina que sólo sirven de pretexto para toda clase de estafas, porque quienes las pronuncian carecen de autoridad moral.
El mensaje de este Cuarto Domingo del tiempo ordinario nos recuerda la autoridad que tenía Jesús para entrar a la sinagoga judía y causar el asombro y la admiración de todos sus oyentes.
Todos se sorprendían de la fuerza de su verbo, del poder de su palabra para echar al demonio y devolver la salud a los enfermos.
Jesús habla con autoridad, así se lo reconocieron todos y decían que era una “nueva manera de enseñar”.
Qué entendemos por autoridad?. Normalmente se entiende como poder y mando, que no deben confundirse con la autoridad de que nos habla el pasaje.
Autoridad es confianza, crédito por méritos, ejemplo y cualidades humanas de una persona.
En este sentido la autoridad es un carisma que une, convence y hace al líder. El poder y el mando pueden ir unidos a la autoridad, pero no son la autoridad, que a veces significa fuerza. El poder y el mando vuelven al líder despótico, autoritario e infunde miedo y hasta terrorismo. Se cuenta de alguna rectora de un colegio que se ufanaba al decir: “A mí no me importa que los profesores me odien, me importa que me obedezcan”. Era un déspota y la dejaron sola y le tocó renunciar.
Detrás del poder y del mando siempre hay sombras, o personas que adulan, que hablan muy al oído, que le ocultan al jefe la verdad para sostenerse y subir. Esto se ve en todas las categorías humanas. El poder y el mando aíslan, dividen y opacan las órdenes por buenas que sean.
Jesús enseñaba con autoridad, sin mandos medios y no como los maestros de la ley, aturdidos de preceptos y de encisos que ellos no practicaban. La autoridad de Jesús le viene de su interior, de su calidad divina y humana que se ponía al nivel del más sencillo, y por eso todos le entendían, porque el aval era su vida, su talante y cercanía con aquellos que quería conquistar.
Jesús cura a un endemoniado y le ordena al demonio que lo deje en paz, y el demonio le obedece y lo proclama: “El Santo de Dios”. El diablo también cree en Dios, esto para quienes hacen alarde de creer en Dios, pero su vida anda en su contra.
Todos debemos imitar a Jesús, o tratar de hacerlo. Nuestra autoridad crece en la medida en que la respaldemos con nuestra conducta diaria, con hechos y con actitudes.
La gente está aburrida de tanta palabrería, de tanta verborrea, de discursos hermosos; busca detrás las acciones que concuerden con la predicación del mensaje.
Todos debemos tener autoridad en este sentido de Jesús: profetas, maestros, padres de familia, dirigentes políticos, empresarios, etc. Bajemos el tono, la petulancia, utilicemos el lenguaje que nos salga de acuerdo con nuestra vida. Que nadie tenga que decirnos: “Ud. no tiene autoridad moral” para enseñar o prometer eso que pretende.
El aval del discurso no son las palabras, es la vida personal.