Por: P. Toño Parra Segura
La columna de Toño
La liturgia de la Iglesia Católica nos ha preparado durante cuarenta días para la celebración del gran misterio del amor de Dios: entregar a su Hijo para que nos rescatara del pecado con su muerte y resurrección gloriosa.
El Domingo de Ramos nos abre el pórtico de la Semana Mayor para un recuerdo conmemorativo de la gran noticia, o “Kerigma” de nuestra salvación, que se convierte en realidad permanente.
Es una ocasión más para que cada uno haga ese paso y le permita a Jesús entrar en el corazón y tomar las actitudes propias de una verdadera respuesta de conversión. Como no son acontecimientos improvisados, ni representaciones teatrales, no olvidemos que la liturgia “Es la fuente primera y primordial de la cual beben los fieles para lograr un espíritu verdaderamente cristiano”. (S.C. 14).
Debemos lograr una “participación consciente, plena, activa, fructuosa y comunitaria del misterio de Cristo actualizado en la Iglesia” (S.C.11. 21).
Jesús pasa hoy en triunfo sobre los hombres que le cantan “Hosanna” y se postran para adorarlo y a la vez el triunfo sobre la muerte misma, que no pudo encerrarlo en una tumba como a los demás mortales.
El Siervo de Yaveh de Isaías, hecho esclavo según la expresión de Pablo en la Carta a los Filipenses es glorificado por la resurrección y en su nombre se dobla toda rodilla en el cielo, en la tierra y en el infierno (Fil. 2, 6-11).
Paraliza el mundo sus actividades ante las hazañas del “humilde hijo del Carpintero de Nazareth”; sin haber escrito ningún libro ha puesto todas las plumas en movimiento, comentando su vida y sus enseñanzas o para difundir la fe o para negarlo sin creer en Él. No fundó universidades y hoy cuenta con más discípulos que todos los centros educativos juntos.
Su misión en el mundo no fue la de instituir una religión, sino la de darle a la raza humana el mensaje para llegar a ser la gran familia que pudiera invocar a Dios como “Abba” (Padre) y consiguiera la armonía, el amor y la paz.
Napoleón dijo: “Alejandro, César, Carlomagno y Yo mismo, hemos fundado imperios, pero ¿en qué los basamos? Sobre la fuerza. Solamente Jesucristo ha basado su imperio en el amor y ahora mismo millones de seres estarían dispuestos a morir por Él”.
A su paso revolucionó todos los conceptos al poner la persona humana en primer lugar por encima de todas las leyes. Con su mensaje de verdad destapó todas las hipocresías de los doctores de la Ley y de los fariseos y al no encontrar motivo de juicio lo condenaron lavándose las manos como lo hizo Pilatos.
Nos dejó entonces su Palabra que es la que nos hace libres de toda esclavitud; nos dejó los Sacramentos como fuentes de gracia; nunca nos obligó con amenazas a seguirlo y hoy todos lo buscamos como el nuevo Mesías de este tercer milenio.
Las tradiciones cristianas son muy serias, ojalá que no las opaquemos con mucha farándula religiosa y dramatizaciones que nos puedan colocar más ante la película del terror, que ante la entrega obediente a la voluntad de su Padre, que a la hora de la verdad nunca lo abandonó porque le dio la fortaleza de un verdadero hombre-Dios.
San Agustín nos dice: “Teme al Dios que pasa” sin dejarnos nada, sin permitirle que ni siquiera pueda entrar en el fondo de nuestro corazón para cambiarlo.
Hoy hay tantas angustias, miedo y zozobra que el volver los ojos al Señor resucitado se nos convierte en un verdadero motivo de supervivencia.
El carro de fuego, el “Mercabá” del profeta Elías va a pasar ahora con Jesús para transportarnos del pecado con la luz pascual a la casa del Padre Dios.