Los últimos acontecimientos nacionales, sobretodo la captura del hijo del presidente y su exesposa, nos han llevado a reflexionar sobre la paternidad, sus obligaciones, y de alguna manera hasta sus límites.
Es natural que un buen padre de familia, manifieste sobre los acontecimientos desafortunados de sus hijos, exigiendo a la justicia el cumplimiento de la ley, y que caigan sobre sus conductas el peso de la ley, desde luego, respetando sus derechos que como cualquier ciudadano tiene derecho, dentro de un estado de derecho. Eso lo bueno.
Pero lo que no es bueno, es negar la paternidad, que incluye no solamente en creer y hacer creer a los ciudadanos, y más, cuando se es gobernante, que hay que legitimar la irresponsabilidad paternal como forma de legalizar los actos delincuenciales de sus hijos.
Utilizar límites a la paternidad, como una especie de maniqueísmo, para decir que los hijos son buenos cuando, como en este caso, los utilizo para maniobras torticeras, como el obtener dinero de dudosa procedencia para fines loables, como la presidencia, además de ser la demostración de la ruindad paternal, demuestra demasiado, la baja condición del gobernante.
La utilización de los hijos con fines delincuenciales, denota a leguas la cuna delincuencial de su herencia.
Eludir la responsabilidad en la crianza, es la confesión evidente y genuina, de una persona para ser inhábil, para ser presidente de la república.
Quien no responde por la crianza de sus hijos, menos podrá responder por la dirección de un país. No es digno de la confianza legítima de un país.
Lo grave de todo esto es la crianza en antivalores, sin principios, que garanticen esa confiabilidad en la dirección del estado.
De ahí lo grandes conflictos que vive la nación, producto de la incapacidad, pero sobretodo, la irresponsabilidad en la crianza de un hombre sobre los hijos, donde la cuna fue el delito, y toda esa secuencia delincuencial, y de conflicto que esto genera en la formación de una heredad sin norte, o teniendo como norte, las líneas duras del código penal.
Eludir la consanguinidad reconocida en la dificultad, es peor que eludir la responsabilidad en momentos aciagos de una nación que se debate entre el delito, la autoridad y el orden.
He ahí la razón de la debacle nacional, todo es incertidumbre y anarquía, dirigida por un gobernante que, desde sus orígenes fue anárquico hasta con su familia.