LA COLUMNA DE TOÑO
Por: P. Toño Parra Segura
padremanuelantonio@hotmail.com
Nuestra Iglesia con un criterio pedagógico consagra este Domingo a celebrar la fiesta de la Santísima Trinidad. Pretende con buen sentido que miremos toda nuestra fe como un conjunto teológico y a la vez práctico que guíe nuestras relaciones personales con un Dios Uno y Trino.
No vamos a entrar en el problema complicado de asomarnos a los misterios de Dios para discutirlos ni mucho menos para entenderlos; el ejemplo sencillo que nos contaron hace tiempo de san Agustín cuando al hablar de estas cosas complicadas ponía en el escenario a un niño cerca del mar, cuando pretendía con una pequeña concha vaciar toda la superficie marina, era más fácil eso que poder entender el misterio de la Trinidad.
Está bien que los sabios teólogos gasten su tiempo discutiendo tantas cosas de Dios, pero para nosotros lo importante es que la palabra de Dios sea un verdadero “Evangelio”, es decir un feliz anuncio.
Un Dios que es comunión de amor, que nos ama, que nos protege siempre.
Toda la Escritura es una revelación progresiva del Dios Trino. Desde el Génesis: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”, pasando por el Bautismo de Jesús: “Este es mi Hijo, el predilecto” y la presencia del Espíritu Santo en forma de paloma. En la predicación de Jesús: “El que escucha mi palabra, mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”, hasta el envío: “Id y haced discípulos míos bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” está anunciado el misterio de Dios. A veces complicamos la vida nuestra y mucho más nuestra relación con Dios. Cuando hablamos de “misterio”; creemos que eso ni siquiera hay que pensarlo, algo inaccesible y fuera del contorno vital.
Vemos cómo Abraham experimenta que ese Dios-misterio, lo llama, camina con Él, lo siente en todas direcciones, que le promete lo imposible y lo cumple, que le pide sacrificios y le da fuerzas para hacerlos; y al final lo hace feliz y libre de todas las esclavitudes de los dioses paganos.
Moisés lo descubre a través de la fe como el Dios de la compasión, de la misericordia, como “el único Señor del cielo y de la tierra”, como el único fiel a la alianza y como padre de personas: Abraham, Isaac y Jacob.
Jesucristo cuando llega nos hace la revelación de que Él es su hijo que es uno con Él, que nos enviará al Espíritu Santo y que por su fuerza lo podemos llamar con el suave y dulce nombre de “Abbá “, que significa en hebreo “papacito”.
Creamos en todo eso, hagamos de los signos de este misterio de amor la manera práctica de experimentar ese amor, las consecuencias y exigencias del mismo para crear una comunidad con Él, porque tenemos un Padre Común revelado por su Hijo que nos ha dado “un espíritu alegre para vivir con ánimo, en armonía y en paz”, como lo afirma Pablo en su Carta a los Romanos en este Domingo.
Somos de muy buena familia, todos sin acepción de personas, sin preferencias, sintámonos orgullosos y alegres con la visión de que toda la Trinidad habita en nosotros, nos protege y nos tiene preparada “una casa eterna en el cielo”.
Nos marcaron desde niños en la casa con la señal del amor trinitario, nos bautizaron, nos hicieron sacerdotes, profetas y reyes, nos perdonan los pecados, consagraron el amor conyugal y sacerdotal con los mismos signos y nos despiden a nombre de la Trinidad.
Conclusión: “nobleza obliga”, portémonos como seres libres y experimentemos la felicidad, para la cual fuimos creados por un Dios-Uno y Trino.