Por: Froilán Casas
¡Cómo no admirar la hermosura de la naturaleza! Excúsenme decirlo, si no fuera cristiano, sería panteísta. Me llama la atención la lectura que hace el hispano holandés y judío, Baruk Spinoza quien, a pesar de haber sido formado en la cultura judía y por qué no, cristiana, terminó por negar al Dios que le ofrecieron los judíos y los cristianos, elevando a la naturaleza a la categoría de Dios. Perdón, no lo apruebo, pero lo comprendo por el contexto histórico en que vivió. No cabe duda de que la naturaleza después del hombre es el mayor reflejo de Dios. Una mera conclusión constatada en la observación: si la naturaleza es tan perfecta, ¿cómo será Dios? Al mirar las aguas, los ríos, las montañas, los valles y las colinas, ¿cómo no alabar al Creador? Por eso el salmista bíblico expresa su alabanza sin ahorrar calificativos para manifestar el honor y gloria a Dios por la magnificencia de lo creado. Pero de ahí a elevar a la naturaleza al orden divino, hay mucho trecho. Se equivoca el hombre por cambiar el culto a Dios y profesarlo a la naturaleza. Las culturas primigenias, en general, adoraron a la creación. Por doquier se encuentran expresiones de tipo pictórico, escultórico, arquitectónico y musical en donde el homo sapiens muestra culto de adoración a la obra creada. ¡Quién lo creyera! El hombre postmoderno ha resucitado el paganismo panteísta y aparece una nueva forma de adorar la obra creada. El movimiento sincretista, la Nueva Era, más conocido en inglés como New Age, ha resurgido como el ave fénix con una agresividad sin límites. La postmodernidad y como diría el antropólogo y sociólogo polaco, Sygmunt Bauman en su obra, La modernidad líquida, esta sociedad es tan volátil que todo se lo traga entero, una sociedad superficial y ligera. En ese contexto el neopaganismo del presente ha elevado al rango de persona a las montañas, los ríos, las montañas y los bosques. ¡Ah, no! Excúsenme, también a las mascotas. ¡Qué horror! El niño en la vida intrauterina no tiene ningún derecho, es más, no existe; por eso el aborto ya ni se llama así, – ¡qué asqueroso el hombre! – lo llama interrupción del proceso de gestación. ¡Qué olímpico! Ya no es un delito, un crimen horrendo, por favor, es un derecho. ¡Hasta a dónde ha llegado la bajeza humana! Y peor aún, aparecen corifeos por todas partes. Ahora a los perros no se les compra, se les adopta. Es delito grave matar a un perro, pero es un derecho matar a un niño en proceso de gestación. Amigo lector, imagínese a un malvado que, en forma agresiva y sangrienta le saque los perritos a una perrita en gestación. ¿Cómo lo ve usted? ¡Terrible! ¿Verdad? De acuerdo, pero asesinar a un niño y por la propia madre, ¿es normal? Por favor, ¿a dónde ha llegado la trasmutación de los valores? Cuando los cristianos llegamos a la cultura grecolatina, por doquier se le daba culto a la naturaleza; perdónenme, jamás condescendimos con tales costumbres. No llegamos con actitud proselitista a “ganar” el mayor número de adeptos negociando con nuestros principios. ¿Sagrado? El hombre.