Por: Felipe Rodríguez Espinel
La reciente caída de la inflación en Colombia ha tomado por sorpresa incluso a los analistas más optimistas. Con una variación mensual de -0,13% en octubre y una inflación anual del 5,41%, el país parece estar navegando exitosamente hacia aguas más tranquilas en términos de estabilidad de precios. Sin embargo, como todo fenómeno económico complejo, es necesario mirar más allá de los titulares para entender qué está sucediendo realmente en la economía colombiana.
El proceso desinflacionario actual tiene características particulares que merecen un análisis detallado. La caída en los precios de alimentos perecederos ha sido el principal motor de esta tendencia, impulsada por un mejor abastecimiento en los mercados locales. Productos básicos como la papa, la cebolla y el tomate han experimentado reducciones significativas en sus precios, ofreciendo un respiro a los hogares colombianos que han visto sus presupuestos tensionados durante los últimos años.
Por otra parte, la debilidad de la demanda interna ha contribuido a contener los precios de los bienes durables, una señal que, si bien favorece la desinflación, también refleja el enfriamiento económico que experimenta el país. Este es un aspecto que no podemos ignorar: la moderación de precios viene acompañada de una desaceleración económica que requiere atención.
Los servicios, especialmente los arriendos, continúan ejerciendo presión alcista sobre los precios, aunque de manera más moderada. Este comportamiento divergente entre diferentes componentes de la canasta familiar sugiere que el proceso desinflacionario, aunque prometedor, no está exento de riesgos y requiere un seguimiento cuidadoso.
La coyuntura actual presenta una ventana de oportunidad única para la política económica. Con una inflación que podría cerrar el año cerca al 5%, según proyecciones, se abre espacio para una flexibilización gradual de la política monetaria. Sin embargo, el Banco de la República deberá mantener un delicado equilibrio entre el estímulo a la reactivación económica y la consolidación de las ganancias en materia de inflación.
El contexto internacional añade complejidad al escenario. La reciente depreciación del peso frente al dólar y la volatilidad en los mercados globales podrían ejercer presiones inflacionarias que no debemos subestimar. Las economías emergentes enfrentan el desafío de navegar entre la necesidad de estimular el crecimiento y mantener la estabilidad cambiaria, un equilibrio que Colombia conoce bien.
De cara a 2025, la moderación inflacionaria tendrá importantes implicaciones en nuestra vida cotidiana. La negociación del salario mínimo y el ajuste de precios indexados se darán en un contexto más favorable, lo que podría contribuir a anclar las expectativas inflacionarias en niveles más bajos y mejorar el poder adquisitivo de las familias.
No obstante, el éxito en la consolidación de esta tendencia dependerá de la capacidad para implementar un plan de reactivación económica que no comprometa los logros en materia de estabilidad de precios. Es posible combinar la recuperación económica con el control inflacionario mediante políticas bien calibradas y un compromiso firme con la estabilidad macroeconómica.