Por: Luis Alfonso Albarracín Palomino
La propagación exponencial de la Covid-19 en todo el territorio nacional, está generando una preocupante incertidumbre por los costos económicos y sociales en todos los municipios del país. Los estilos de la población se han venido transformando, producto de las restricciones severas para su movilización, impuestas por el accionar gubernamental para contrarrestar el avance de este virus mortal en nuestro territorio.
Para que las personas tengan acceso a los servicios bancarios, notariales, supermercados, operadores de celulares, registraduría y otros servicios rutinarios similares, que son indispensables para el quehacer cotidiano, se ha convertido en una verdadera tortura, por las largas filas que hay que realizar para que puedan cumplir con sus compromisos.
En la mayoría de las ocasiones se gastan entre dos y tres horas para que sean atendidos, corriendo con el riesgo que se termine con el horario de atención, quedando aplazadas las respectivas diligencias, para el siguiente día, cuando deben regresar a hacer otra vez, las largas filas, lo cual se convierte en una pérdida de tiempo para la dinámica productiva de la región. Es inaudito, que esto suceda en pleno siglo XXI, en tiempos de la era exponencial.
Considero que estas entidades, deben autorizar horarios de atención al público, más extensas. Inclusive, las jornadas de atención deben ser continuas, para facilitar que los usuarios, tengan mayores facilidades para sus respectivos trámites. Sin embargo, lo que parece una buena medida para mantener la sana distancia, es también un verdadero martirio para las decenas de persona que esperan a fuera, a rayo de sol, a que sea su momento de ingresar a estos establecimientos.
En muchas ocasiones, dichas diligencias se pueden hacer por internet o vía telefónica. Pero no logran contactar a los empleados para que les solucionen sus peticiones. Lo cual los obligan a buscar una cita presencial, a través de estas tortuosas y eternas filas.
Desafortunadamente, todas las personas deben acudir al sistema financiero. No podemos sustraernos a esta verdadera realidad que nos impone la modernidad. Igualmente, las notarías forman parte de nuestras vidas. Igualmente, los supermercados y demás centros comerciales son lugares de forzoso acceso para todas las familias colombianas.
Algunos estudios de algunos centros de investigación relacionados con el marketing expresan que antes de la pandemia, las familias perdían aproximadamente 52 horas al año, haciendo filas en los establecimientos mencionados anteriormente. Equivalían a más de 4 horas al mes. Esto sin contar con el tiempo que tarda la persona en desplazarse desde su casa u oficina hasta la sucursal bancaria más cercana, lo cual, sin duda, incrementa el tiempo perdido para hacer transacciones que, en la actualidad, se pueden hacer a través de cualquiera de los canales electrónicos de que disponen las entidades. Ahora durante la pandemia, estos tiempos se han duplicado, acarreando grandes pérdidas económicas para las personas que acuden a éstos.