Por: Hugo Fernando Cabrera Ochoa
Es muy complicado que quienes hemos vivido de una u otra manera la violencia en Colombia, borremos de nuestra memoria tan cruentos hechos acaecidos durante décadas y décadas; de hecho, aún quedan personas que narran las terribles atrocidades cometidas posterior al asesinado de Jorge Eliécer Gaitán, ese 9 de abril de 1948.
Como consecuencia de esto y de muchos otros hechos sangrientos acontecidos en toda Latinoamérica, así como el colapso de la dictadura de Fulgencio Batista tras la revolución cubana, se motiva la conformación de movimientos de izquierda, inspirados fundamentalmente en la ideología y los principios del marxismo y leninismo, los cuales dieron vida a grupos ilegales armados que poco tiempo después se convirtieron en estructuras mucho más sólidas como las FARC y el ELN, fundadas en 1964, el EPL que aparece en 1967, y luego el M 19 que surge en 1970.
Ya para esta época comenzaban también a fortalecerse las estructuras dedicadas al tráfico de estupefacientes, quienes en medio de su accionar delincuencial en el comercio de drogas, iban desarrollando actos crueles de violencia, que llegaban a diferentes regiones en las cuales se producían y comercializaban variedad de alcaloides.
La guerra entre los diferentes carteles del narcotráfico se sumaban al brutal enfrentamiento entre el gobierno y los grupos guerrilleros antes mencionados, lo cual puso en jaque al país, dado que esta situación era prácticamente inmanejable, pues por todo el territorio nacional corrían ríos de sangre de compatriotas que eran asesinados por diferentes motivos.
En medio de esta gran confrontación que se vivía en campos, pequeñas poblaciones y ciudades, y como para ponerle más dolor a la tragedia, nacen los grupos paramilitares a comienzos de la década de los ochenta; dicen algunos historiadores que brotaron como estrategia contrainsurgente producto de un mix de varias fuerzas.
Toda esta historia de violencia y terror, que se ha vivido durante cerca de ochenta años, ha llevado mucho dolor a miles de familias colombianas, incluso a familias extranjeras que también han sido víctimas del atroz terrorismo y de esa maldita sed de sangre que se promovió por todo el suelo colombiano y que aún no cesa.
Eucaris Marín, fue una de esas personas que vivió en carne propia, a sus escasos dos años de edad, el terrible paso de la maldad, cuando tuvo que presenciar el acribillamiento de sus padres y una orfandad que la marcó para toda la vida, pues aunque tuvo el amparo de personas buenas que la adoptaron, el daño ocasionado por el trauma de haber sido testigo presencial de tan terrible hecho, dejó en ella cicatrices imborrables.
Esta historia se narra en la última novela del escritor giganteño Jesús Rodolfo Agudelo, “Uno, Dos… ¡Tres demonios!”, publicada en el mes de abril del presente año. Un libro que cuenta la vida de una pequeña niña que como consecuencia de una tragedia sobrecogedora, muestra la dura cara de la violencia que durante casi un siglo hemos tenido que vivir los colombianos. De verdad la recomiendo, no solo para que la consigan de alguna manera, sino para que en realidad la lean.
