La columna de Toño
Por el P. Toño Parra Segura
padremanuelantonio@hotmail.com
Avanza la Cuaresma y ojalá que nuestra preparación sea efectiva y práctica para la señalización del Misterio Pascual. No dejemos todo para la última hora llena de procesiones, viacrucis y rezos que no duran sino unos pocos días.
La Liturgia de nuestra Iglesia es rica, y basada en la Biblia.
Hace ocho días el escenario en el que se presentaba Jesús, al prepararse para su misión era de austeridad, de silencio, de retiro y de tentación, rodeado de “animales salvajes y de ángeles que le servían”.
Hoy el contraste es maravilloso: a un monte alto, según la tradición “Monte Tabor”, lleva el trío predilecto de su equipo apostólico, Pedro, Santiago y Juan, se transfigura ante ellos y les hace ver la escena de blanco con dos personajes nuevos para ellos, Moisés y Elías dialogando con Jesús. Ante lo espectacular siempre nos sentimos atraídos a permanecer y a gozar de lo nuevo. Esa fue la expresión de Pedro: quedémonos aquí; viéndote lleno de luz, en paz, sin problemas y en lo alto. Pero faltaba lo esencial la confirmación de la divinidad de Cristo con las palabras del Padre: “Este es mi Hijo amado, escuchadlo”.
El protagonista desde luego es Jesús, siempre unido a su Padre con el cual se comunicaba en oración en los momentos más transcendentales de su misión.
El “kerigma”, la buena noticia la oyen sus apóstoles para que estuvieran seguros de que no estaban siguiendo a un líder cualquiera, sino al Hijo de Dios, el Mesías.
La orden es perentoria: “Escuchadlo”.
Profundo el significado de este cuarto misterio luminoso, en buena hora colocado por Juan Pablo II en el rosario mariano. Ojalá que cuando lo enunciemos repitamos el texto de San Mateo 17, 1-9.
Importancia de los invitados al monte: Moisés, figura de la Ley antigua y Elías famoso profeta, vencedor de todos los falsos adivinos de Baal; Pedro, piedra de su futura Iglesia y los fieles hijos del Zebedeo: Santiago y Juan.
Todo un resumen maravilloso del plan de salvación y de la continuación de la misión encargada, porque su Iglesia, única, debía perpetuarse a través de la Palabra pero con elementos humanos escogidos por Jesús.
Se cambia entonces no solamente los vestidos de Jesús, sino la ley, la profecía y las actitudes en la misión. No busca Jesús y no cae en la tentación del demonio de subirse al monte para que lo aplaudan; lo contrario les prohíbe en serio, una vez terminada la visión el contarlo a nadie. La manera de misión de Jesús es preparar a sus apóstoles, acercarse a ellos, darles energía y valor para lo que iba a seguir en la pasión. Ahora ese Pedro que lo disuadía siempre de ir a Jerusalén se siente cobarde y no quiere bajar del monte, de lo sublime, para acompañar a su Maestro en la pasión. Jesús le dijo alguna vez a este mismo Pedro: “Apártate de mí Satanás, porque piensas como los hombres no como Dios”.
La palabra del Padre culmina esta escena extraordinaria y queda como ejercicio obligatorio para todos: hay que escuchar a Jesús, en la palabra y en su Iglesia. La Palabra llega porque hay Misión, lo dice Pablo al hablar de la fe que entra por el oído, pero que tiene que tener quién la predique, quién envíe y quién escuche. ¿Queremos transfigurarnos? Que no nos llame tanto la atención las concentraciones masivas, ni la magia de los milagreros modernos. La procesión va por dentro según la sabiduría popular. La Palabra nos cambia, nos anima, nos impulsa para que seamos los hombres nuevos, revestidos de gracia con el “Paso” del Señor por nuestra vida en la Pascua.