La columna de Toño
Por el P. Toño Parra Segura.
padremanuelantonio@hotmail.com
Hace ocho días considerábamos a Jesús como la Buena Noticia de salvación de quien somos sus precursores; hoy, el Evangelio de San Mateo nos propone el camino y el programa para hacer realidad el reino prometido, presentándonos las bienaventuranzas del sermón de la montaña.
Los cinco discursos que reúne el Evangelista tienen una breve ambientación: Jesús subió a “la montaña”, lugar tradicional de las manifestaciones de Dios en el Antiguo Testamento; recordemos la importancia del Sinaí, del Horeb, etc.; y “sentado”, es decir en actitud de enseñar, pues esa fue la actividad característica de Jesús, que los discípulos sólo podrán asumir después de verlo resucitado. Los principales destinatarios fueron ellos, del Jesús histórico que ahora nos habla a nosotros como comunidad cristiana heredera de su palabra.
La misma palabra si la dividimos sería: “buena-aventura” porque al fin y al cabo el seguir a Jesús es un riesgo, una aventura para ser verdaderamente feliz. En las aventuras humanas a veces nos va mal, nos perdemos en la ruta, tropezamos con obstáculos, encontramos de todo en la vía: falsos amigos, riqueza mal habida, malos tratos, persecuciones, injusticias, soberbias, avaricia desencadenada y desilusiones ante los deseos fracasados.
Sobre las bienaventuranzas se han escrito muchos libros, disertaciones y comentarios negativos y positivos. Los que no creen en Jesús las miran como el programa del masoquismo espiritual que invita a la miseria, al llanto, a la resignación callada con un premio de pronto de consolación bastante dudoso.
En cambio en la perspectiva de Jesús, la actitud esencial del bienaventurado “es la pobreza en el espíritu” que está en el umbral de las bienaventuranzas.
A partir de ella, como en un espiral lleno de luz y de esperanza, el cristiano se irá enriqueciendo con la misericordia, la causa de la justicia y las otras consecuencias de la pobreza de espíritu contenidas en el mensaje.
Se podrían resumir todas las otras frases del sermón a la primera, porque ella crea las disposiciones del corazón, para el establecimiento del Reino de Dios como anticipo de la felicidad bienaventurada; por eso está expresada en presente en la actitud y en el premio: “Dichosos los que tienen espíritu de pobres, porque de ellos es el reino de los cielos”.
Concluyamos algo bien serio que hay que aclarar: ni la riqueza es mala, ni la pobreza material salva sola. Ni los ricos son malos, ni los pobres santos. Jesús invita a creer en la aventura de su Palabra que nos librará de otras maldiciones. Anexemos a lo ya conocido en el Evangelio algunas bienaventuranzas muy simples de Joseph Folliet: “Bienaventurados los que saben reírse de sí mismos, porque siempre tendrán motivo de diversión; bienaventurados los que son capaces de distinguir una montaña de la madriguera de un topo, se ahorrarán muchos dolores de cabeza; bienaventurados los que son capaces de callar y de escuchar, porque aprenderán muchas cosas; bienaventurados los que confían en el hermano, porque no sufrirán el rechazo y la soledad; bienaventurados los que piensan antes de actuar y oran antes de pensar, porque evitarán hacer tonterías”.
No se trata de manejo de bienes, es decir, de no tener nada, porque a veces quienes hacen voto de pobreza son los más avaros y ambiciosos. Se trata al decir de San Agustín, del desapego de todo, desde dentro, tener el corazón vacío de todo: de ciencia, de prestigio, de orgullo y también de cosas.
Este corazón de pobre es el que nos debe llevar cada vez más a la cercanía y a la solidaridad, ser pobre es recibir a Dios a través de los pobres y dejarse evangelizar por ellos en la mansedumbre, en el deseo de justicia, de pureza y de paz (Puebla 1148 – 1150).