Por: Winston Morales
La vida de una mosca, dicen los entomólogos, oscila entre uno y veinte días terrestres. Unos 11.520 parpadeos para los seres humanos, si le va mal, y unos 200 mil si le va bien. Es una vida vaporosa, efímera, escatológica —desde nuestro punto de vista— pero una eternidad para ella (la mosca), lo que avala la idea de relatividad planteada por Einstein. Todo es relativo, todo depende del prisma a través del cual observamos las cosas. Igual pasa con la vida de una mariposa o la de una libélula. Todo es perenne o fugaz, según como se contonee el caleidoscopio.
Sin embargo, y teniendo en cuenta el plano de nuestra experiencia humana, 70 u 80 años pueden ser más que suficientes, y sin embargo también un bostezo si se miran desde la óptica de un elefante o desde el prisma de un árbol de ceibo. Para dejar huella o pasar las hojas de la vitalidad humana en simples borrones y tachaduras (como pasa con la mayoría de nosotros) son suficientes unos días, digamos meses, o unos cuantos siglos, como sucede con la monarquía inglesa.
En Colombia, afortunadamente, no hay monarquía, pero parece que la hubiera. En términos políticos es imposible hablar de fugacidad —desde nuestra óptica humana—, pero desde el ojo de una libélula o de una luciérnaga treinta o cuarenta años son más que suficientes para la existencia de miles de generaciones. Y eso es lo que ha pasado en nuestro país. Por generaciones enteras hemos sido testigos del nacimiento de miles de moscas, pero hemos sido tan indiferentes, tan conformes, tan ridículamente pasivos que parece que esos cincuenta o setenta años hubiesen sido sólo un parpadeo, un bostezo o un eructo luego de una indigestión.
Entonces han nacido las moscas López, las Lleras, las Vargas, las Santos, las Uribe. Se han multiplicado a lo largo de los lustros (cagándola la mayoría de veces), sin dejar huella o algo extraordinario en la oportunidad única del buen vivir.
Son los mismos con las mismas. Cincuenta o setenta años de una experiencia escatológica, y el país sigue más pobre, corrupto, quebrado, violado y violento.
Son los mismos con las mismas, una especie de monarquía disfrazada de democracia, con los defectos horrorosos de una plutocracia. Y si revisamos el espectro nacional, esto es algo que se replica en las esferas locales y regionales. Revise, amigo (a) lector (a), los apellidos de su municipio o departamento; seguramente durante veinte, treinta o hasta cincuenta años han sido los mismos con las mismas. Clones de un cacique «descontinuado» que se perpetúan en el poder luego de que el padrón o «macho cabrío» terminó en la cárcel o perdió su investidura por corrupto o mediocre.
Y mientras tanto ¿qué ha pasado en esos cincuenta años? ¿En qué ha cambiado nuestra realidad como nación? ¿Hemos escalado en relación con otros países de América Latina? ¿Se han disminuido los indicadores de desempleo y pobreza? ¿Se castiga con más severidad a los usurpadores del erario público?
Son los mismos con las mismas y con peores resultados.
Veinte años no es nada, dijo Carlos Gardel en el afamado tango. Depende, mi recordado Carlos, todo depende si se miran esos años desde los ojos de un insecto. Y en Colombia las moscas la han cagado siempre.