Infortunadamente así ocurre. Cómo maltratamos a muchas personas que están a nuestro lado, no valoramos sus aportes, sus servicios, su compañía, solo cuando faltan las lloramos y, ya sin remedio. Cómo me molestan los panegíricos que hacemos en los funerales y en vida hemos sido los más crueles e ingratos en las relaciones. Esas son lágrimas de cocodrilo, sin sentimientos. Muchas personas se ponen diferentes tipos de máscaras, de acuerdo con las circunstancias, manejándolas con grandes habilidades. Más que asombrosas. Cuando a mí me hablan que una persona es admirable, suelo decir: “Viva con ella”. Una cosa es el comportamiento en la visita y otra en casa, en el día a día. Ya el apóstol Pablo al referirse a las cualidades que debe tener una persona para ser obispo, afirma, entre otras cosas, que debe gobernar bien su propia casa. Claro, si es capaz de organizar una buena familia, es capaz de gobernar un municipio, un departamento, una nación. Claro que sí, el que es fiel en lo poco es fiel en lo mucho y, al revés, el que es infiel en lo poco, lo será en lo mucho. Solemos despreciar a quien está a nuestro lado; nunca estimulamos su actuar, todo son vituperios, olvidando el bien que nos hace. A veces a quien menos valoramos es a nuestro cónyuge, para él (ella) no existen palabras afables. Cómo nos gusta que alaben lo que hacemos y nunca felicitamos a quien vive a nuestro lado. Con frecuencia despreciamos lo nuestro y valoramos lo extranjero. Me molestan los lamentos de las personas por quien se ha ido y al final se da uno cuenta que en vida no hubo tiempo para haberle hecho una visita. Hijos que lloran a sus padres y en vida fueron unos roseros e irreverentes, para decir lo menos. ¡Cuántas ingratitudes se ven en esta vida! Para qué hablar bien de los muertos ¿si en la vida usted fue con ellos un truhan y muérgano? Las lisonjas, las alabanzas hay que decirlas a tiempo. Los seres humanos necesitamos de estímulos, la palabra cariñosa de los padres, de los hijos, de los maestros, de los estudiantes. Las personas que viven intoxicadas, expelen permanentemente veneno. Eso es propio de los frustrados y de quienes no fueron capaces de asumir con responsabilidad la vida. A ellos, siempre se les sale a deber; no están contentos con nada y todo lo exigen. Son personas que intoxican el ambiente. Se caracterizan porque son desagradecidos. Esa es su carta de presentación. Esas personas suelen ser muy exigentes. Son las personas que piden, nunca ofrecen. Las personas que no valoran a los demás, no tienen la capacidad de amar; solo exigen que les amen. No tienen la capacidad de decir gracias. Las personas que no valoran lo que hacen los otros, están cargados de envidia. ¿Qué es e la envidia? Alguien respondía: es admirar con rabia. El envidioso nunca valora lo que otros hacen; tiene una mente tan pobre, que no tiene la capacidad de valorar al otro. Todos necesitamos estímulos y palabras que nos valoren. Todos necesitamos ser valorados, ser reconocidos.