Por: Hugo Fernando Cabrera Ochoa
Aunque el gran José Eustasio Rivera en su obra cumbre “La Vorágine”, vive una experiencia cercana con la conocida infusión del “yagé”, que proviene del bejuco denominado “Ayahuasca o Caapi”, haciendo referencia a éste en un acápite correspondiente a la segunda parte, que dice:
“Entonces, descolgando la carabina, cogí al cacique por la melena y lo hinqué en la grava, mientras que Franco hacía ademán de soltar los perros. Abrazome el anciano las pantorrillas trabajando una explicación: ¡Nada, nada! ¡Tomando yagé, tomando yagé!…
Ya conocía las virtudes de aquella planta, que un sabio de mi país ha llamado telepatina. Su jugo hace ver en sueños lo que está pasando en otros lugares. Recordé que el Pipa me habló de ella, agradecido de que sirviera para saber con seguridad a qué sabanas van los vaqueros y en cuáles sitios hay cacería. Habíale ofrecido a Franco tomarla presto para inquirir el punto preciso donde estuviera el raptor de nuestras mujeres”.
En ninguna de las líneas se lee que Arturo Cova, haya estado cerca de cigarro, mata o cultivo alguno, de cannabis sativa o marihuana.
Sin embargo, hoy por hoy, en el bello corredor que bautizaron con el nombre de “Pasaje José Eustasio Rivera”, espacio en el que en un momento dado el exalcalde Gorky Muñoz Calderón ubicó más de una docena de casetas que se convirtieron en el habitáculo de quienes viven en la calle y también de consumidores de sustancias psicoactivas, y que luego fueron retiradas de allí por orden del actual burgomaestre Germán Casagua para ubicarlas en otro lugar, se reúnen decenas de hombres y mujeres de diferentes edades a consumir no solamente este alcaloide (marihuana), sino otros como bazuco, cocaína y demás.
Lo paradójico de este asunto es que este pasaje está frente a la sede administrativa de la Universidad Surcolombiana, la Secretaría de Cultura Departamental del Huila, la Biblioteca Departamental Olegario Rivera, el Fondo Mixto de Cultura y Turismo, el Centro de Convenciones que también lleva el nombre del ilustre literato, un supermercado de cadena, entre otros. Mejor dicho, un marihuanódromo en medio de un centro de educación, cultura y comercio.
Francamente a mí me da vergüenza con la memoria del que es considerado uno de los más importantes escritores latinoamericanos del siglo XX y reconocido como el más influyente novelista colombiano después de Gabriel García Márquez, y en realidad no sé si éste se revuelque en su tumba de tristeza, o permanezca “happy” por tanto humo, porque la desfachatez del descuido además de causar desconsuelo, lo que muestra es un inconmensurable estupor por parte de las autoridades.
Yo no digo que los que deseen volar a través de los sueños y las quimeras, transportados en las naves que les proveen los alcaloides, no lo hagan, al fin y al cabo, estamos en los tiempos del “laissez faire, laissez passer” social, y todo el mundo es libre de pararse en las pestañas si se le antoja, so pena de verse afectados en su libertad de pensamiento, creencia, desarrollo de la personalidad y demás. Lo que escribo, es un llamado vehemente que hago a la administración municipal y departamental, así como a la Policía Nacional, para que prohíban que, en parques y lugares como éste, se desarrollen este tipo de prácticas, porque, así como hay derechos, también hay deberes que se convierten en el derecho de otros.