Oscar Díaz Martínez
Hace un año después de haber cerrado un 2020 atípico, se iniciaba el 2021 lleno de esperanza y con las expectativas de una recuperación, en donde el sector de hidrocarburos no era la excepción. Después de haber tocado fondo, los analistas hacían predicciones sobre el mejor precio del petróleo, para nuestro caso, un precio entre los 45 y 50 dólares por barril era considerado como aceptable, para impulsar una economía que depende en gran medida de los combustibles fósiles. Tan así, que el presupuesto de la Nación se elaboró con 52 dólares por barril.
Algunos analistas fueron mesurados y en sus mensajes eran claros en la necesidad de darle un espacio al nuevo año para observar la tendencia mundial. Vinieron las fuertes heladas en Europa y Estados Unidos, y transcurridos los dos primeros meses, en Colombia ya se hablaba con alguna propiedad de valores alrededor de los 60 dólares y su efecto positivo en las finanzas del Estado.
El 2021 transcurrió con predicciones sin sentido, en donde se hacían proyecciones a muy corto plazo. En una semana el precio llegaría a los 70 u 80 dólares por barril, y en la semana siguiente se desplomaría, cuando los grandes economistas recomiendan realizar este tipo de ejercicios a un mayor periodo de tiempo.
La pandemia no dejó de ser noticia y las variantes del Covid-19 fueron el pan diario de los medios; el mundo avanzó en su plan de vacunación y las economías fueron respondiendo a la reactivación. A nivel país, la industria del petróleo dejó para el segundo semestre el inicio de sus principales proyectos, en su mayoría provenientes del 2020.
Lo cierto es que, el año terminó con un gran repunte de las economías y un precio de crudo cercano a los 80 dólares. Una cifra no imaginada por los analistas, pero demostrando la dependencia que se tiene de este combustible fósil. Po su parte, el gas, considerado el combustible de la transición, y con sus problemas de suministro, incrementó fuertemente su precio, hecho que generó un efecto colateral en el petróleo y el carbón.
Solamente era darle tiempo al tiempo, para que los temas de oferta y demanda se balancearan. Era más que obvio que la apertura de fronteras haría que el consumo de petróleo se incrementara y fuera necesario que la OPEP+ empezase a liberar sus restricciones en producción.
Vinieron anuncios populistas como el del presidente de los Estados Unidos, de liberar 50 millones de sus reservas para evitar que los precios siguiesen subiendo, cuando esta cantidad no suple más de tres y medio días de la demanda mundial. Y en nuestro caso, el anuncio de un candidato a la presidencia, que, de ser elegido, dejaría la exploración de hidrocarburos y solamente continuaría con la explotación de lo existente hasta agotar existencias.
Ahora nos encontramos iniciando un nuevo año de oportunidades, con el compromiso de una transición responsable hacia energías renovables, hecho que requerirá del sector minero-energético su aporte continuo a las finanzas del Estado, para cumplir este objetivo. Los detractores de la industria irán cambiando su posición, dado que los hechos ocurridos en 2021 les han permitido entender que la razón, soportada con datos, no tiene discusión, o sino prestar atención al candidato presidencial que ha venido cambiando su discurso.