El titular de esta noticia -publicada en El Tiempo- sobre la reciente tragedia acaecida en la ciudad de Pereira me sirve de ejemplo para analizar un problema que se volvió endémico en Colombia.
Por la geografía particular, un país atravesado por tres cordilleras, con valles y montañas de altas pendientes, con una orografía de gran riqueza, los ecosistemas son vulnerables.
La ocupación del territorio a lo largo de la historia ha tenido como fundamento la necesidad de la población de acceder a espacios vitales en los cuales vivir en sociedad.
Así, hemos construido nuestros centros poblados y ciudades. Además, se han desbrozado las zonas rurales para incorporarlas al proceso productivo de los bienes agropecuarios.
Esa ocupación territorial se ha realizado con el desconocimiento científico de cómo funcionan los ecosistemas. Partimos del concepto erróneo de que la naturaleza era infinita. Tanto que, por ejemplo, en la construcción de las haciendas y fincas lo más valioso era tener potreros, así arrasáramos las fuentes de agua.
Tratamiento parecido y, tal vez más agudo, le hemos dado a los territorios en los que se han construido las ciudades.
Además, el interés privado en la posesión de la tierra se ha elevado hasta niveles de lo intocable e inviolable, maniatando al Estado que está llamado a regular su uso racional en interés de la sociedad.
Sin conocer la naturaleza y sus leyes de funcionamiento, los seres humanos se volvieron un elemento depredador del medio ambiente. Esa ignorancia nos está pasando factura.
Todas nuestras municipalidades, como dice el titular, debieran tener geólogos e ingenieros de ríos y caminos, especialistas en los usos de los suelos rurales y urbanos, como también planificadores del desarrollo…
Una comunidad moderna exige el conocimiento científico y tecnológico más avanzado. Aplicado a las condiciones concretas del lugar. No puede ser una copia mecánica de las experiencias en otros sitios o regiones del planeta, porque cada uno tiene particularidades que lo hacen irrepetible.
La reorganización de los usos del territorio es no solo una tarea urgente sino obligatoria, porque en ello les va la vida, la tranquilidad y la prosperidad a miles de colombianos.
