Julio Bahamon
De lo primero que yo me siento orgulloso, es de ser Opita: Palabra que se hizo importante durante las últimas guerras civiles del siglo XIX cuando nuestra gente sirvió en los ejércitos revolucionarios como estafetas y que, por su valor, sus comandantes los llamaron “Los Opas” que era el santo y seña acordado para cruzar las filas de los enemigos. A los hijos de los Opas, con el tiempo los llamaron “Opitas”, de tal manera que ser opita es sinónimo de valentía y coraje, y no como muchas veces creen, los de afuera, que somos unos “giles”
Lo segundo que me entusiasma de nuestra tierra es su gente, su honestidad, su amistad, su generosidad sin límites, su familiaridad, que se da en todos los municipios del departamento. Desde el municipio de Colombia, al norte de su geografía a orillas del rio Ambica, en donde todos los ciudadanos nacidos en ese bello municipio responden con enorme satisfacción, siempre que les preguntan, ¿Uds. de donde son?, contestan con el corazón henchido: soy dos veces colombiano!, hasta San Agustín.
Muy joven supe que la palabra es un contrato de voluntades. No se requería de notarios, bastaba la palabra que era más segura que una escritura pública.
Tenemos riquezas naturales extraordinarias, la primera el hombre, y luego nuestros campos, las siembras de arroz, hace algunos años el algodón, cultivos de los que somos pioneros, Cacaoteros, y también cafeteros, alcanzando a base de tesón ocupar el primer lugar en producción y calidad en todo el país. Hemos crecido en turismo, el parque arqueológico de San Agustín es hoy Patrimonio de la Humanidad, somos una región productora de petróleo, combustible que por más de 60 años ha sido fuente de recursos económicos y de desarrollo en la región.
Pero me entristece muchísimo reconocer que hoy nuestra tierra la han venido dañando y que unas minorías de la clase dirigente del Huila la ha envilecido a pasos agigantados, ha sido degradada, todo por las noticias que conocemos sobre actos de corrupción, fenómeno que se ha extendido como una pandemia sobre nuestro suelo, desde el nivel central hasta la más pequeña de sus localidades.
Hace cinco años se hizo público un informe de la Contraloría General de la Republica en el que se afirmaba que el Huila era el décimo departamento más corrupto del país, y que durante los últimos 10 años se han perdido, cada año en promedio, $35.000 millones de pesos de las regalías del petróleo por obras inconclusas y actos de corrupción oficial asociados a algunas firmas contratistas.
Eligieron a un alcalde bajo sospecha, que hoy se encuentra a la espera de que un juez le confirme una sentencia por actos de corrupción, que no tiene vergüenza y quiere que le aprueben un nuevo cupo de endeudamiento por $40.000 millones de pesos, después de haber recibido hace pocos meses los primeros $60.000 millones de pesos de otro empréstito del cual todavía no se conoce el informe definitivo de ejecución.
Y ayer, con inmensa sorpresa y dolor leí en un periódico local, que el Huila es señalado de ser el primer departamento de Colombia en donde ocurren los mayores delitos sexuales contra las mujeres y los niños. ¿Que nos está pasando señores?
Ante esa triste realidad, llego la hora de cambiar a esa clase política corrupta del Dpto. Para la muestra un solo botón basta. ComFamiliar, otrora empresa emblemática del Huila y del sur colombiano ha sido víctima de gerentes inescrupulosos e incompetentes que en menos de una década la han llevado a la ruina en dos oportunidades. Cuotas de politicastros de mala fe. Tenemos la oportunidad de hacerlo ahora, el año entrante en las elecciones de octubre. Eso lo podemos lograr escogiendo a los, o a las, mejores. Elijamos a personas honestas y capaces. ¡Hagámoslo una realidad!