Por: Gerardo Aldana García
Desde una cresta verde de pinos delgados y enhiestos, el enorme espíritu del bosque plantado por hombres bajo el auspicio de los elementos vivificantes del agua, la tierra, el aire y el fuego, se divisa el paisaje que no parece tener fin. A partir de esta cúspide de natura llamada Los Pinos, a la que he llegado como escritor y turista, descubro que mi desplazamiento al lugar, junto a la mujer que amo, ha encontrado un plus; y, sin embargo, un algo invaluable. En medio del silencio de centenares de pinos que transmutan dióxido de carbono en maravilloso oxígeno, descubro de repente, que mi sentido explorador del espacio externo ha tomado un inusitado viraje hacia mi propio interior. Entonces surge un relacionamiento entre el alma del bosque, desde sus cuerpos leñosos adornados de lacias elongaciones de fluida clorofila, y mi íntimo ser. Es como si los árboles cantaran efusivos, desde su silencio observador, un coro que relaja el afán que he traído de la ciudad, y de más atrás; desde la rutina y la vorágine de mis penas, de heridas que aún no sanan. Este bosque tiene el poder de adentrarme a su corazón; una especie de templo en donde comulgan elementales como: gnomos, ondinas y nereidas, silfos y sílfides, y también danzantes flamas de fuego.
Me he tomado el tiempo, el augusto tiempo de escuchar de Gerardo Luna Ortiz, un giganteño, Ingeniero Civil de profesión, Me ha dicho que tuvo el sueño, hace cerca de veinte años, de descubrir en estas montañas, lo que las mismas ya escondían para el futuro: el enorme bosque de pinos que ahora alberga en sus altas ramificaciones, trinos de pájaros que en grata simbiosis regalan en el despertar matutino, un cantar capaz de asombrar a la lírica de la ópera, y seguramente, idóneo para acompasar clásicos de Beethoven o Vivaldi. Me dice el empresario que, la idea de hacer un bosque lo llevó a plantar cerca de ciento cincuenta hectáreas de pino variedad Oocarpa, con lo cual, las montañas del hoy establecimiento turístico llamado Los Pinos, ubicado a cerca de diez minutos de la vereda El Mesón, corregimiento de Potrerillos en el Municipio de Gigante, es un indiscutible referente y atractivo turístico del Huila y Colombia para el mundo, dirigido a todo aquel que quiere vivir una experiencia vital.
Un té caliente de pino, idóneo para mejorar afecciones de pulmones y vías respiratorias, es servido al recién llegado, como preámbulo de lo que será un fin de semana, una vivificante estancia en Los Pinos. La experiencia deja rejuvenecer al transitar los senderos por entre árboles que viven mutuamente con la persona, una contemplación de admiración y respeto; una especie de sincronización, dice Gerardo, entre los electrones humanos y los del magnético vegetal. El juicio y precisión de ingeniero de Luna Ortiz se hermanaron con el genio del diseño para concebir y plasmar alojamientos hechos en madera, de aquella que, por la salud del plantío se entresaca, haciendo posible el disfrute de habitaciones cuyo su admirable minimalismo, resulta al tiempo, confortable y acogedor.
Y Los Pinos es también un lugar para reinventarse; si, lo es por cuenta de las experiencias que te invitan a vivir Gerardo y el personal amable y cariñoso siempre atento a brindar un servicio de calidad en el establecimiento. El Ritual del Fuego, por ejemplo, es la cita nocturna al filo de las 8:00 p.m., bajo un domo en red, esculpido en guadua de la finca, con simétricas figuras en espacios que dejan ver el cielo descubierto en noches estrelladas cuando Orión y su seguidilla de astros adornan la cúpula celeste; entonces, emerge una luz anaranjada, de visos blancos o negros, también azules, desde los leños encendidos bajo un recital de respeto por el alma del pino cuyas ramitas han sido recogidas para ofrecerlas en esta ceremonia, y seguir la sensibilización que conjuga cantos a natura, relatos de vida narrados por los asistentes y la proyección mental de aquellas experiencias nocivas para el alma humana, que cada uno se confiesa a si mismo y que son lanzadas al fuego para presenciar cómo, en la medida en que el leño se incinera, sucumbe también la indeseable fracción de la personalidad que impelía dolor o sufrimiento. Un bello rito hecho para el perdón, la cura, y, como dice Gerardo, cual Ave Fénix, para resucitar en la persona su ánimo con remozado vigor y alegría. Al cierre de la ceremonia, le es entregado a cada asistente, un sobrecito que contiene las cenizas del pino, las que serán dispuestas por este, en la base de una planta, en su hogar, con la seguridad de que habrá un nuevo nacimiento de virtudes y bienestar.
Y hay razón para entender que esto sea posible; de acuerdo con lo predicado por nuestro anfitrión, se conoce que el botánico italiano Estéfano Mancusso, destaca que los pinos, como muchos otros vegetales, existen desde hace tantos millones de años, que pueden superar en al menos diez veces el momento de nacimiento de la especie animal, lo que permite colegir el amparo y la cobertura que este árbol puede dar al ser humano con el que tiene una cósmica y simbiótica relación.
Este emprendimiento me gusta mucho. En otra de sus aristas como iniciativa turística, llama poderosamente la atención la vinculación de la comunidad local, no solo en la dinámica interna de la logística del establecimiento, sino también en el transporte que, desde El Mesón lleva a Los Pinos; un servicio prestado y facturado por vecinos del lugar, lo que da una coherencia de la filosofía ambiental y espiritual de este hotel rural, frente a la responsabilidad social de las empresas. Así mismo, la amistad con el medio ambiente y el bosque están en equilibrio en la perspectiva de aprovechamiento: cada árbol cortado, ya habrá sido reemplazado, previamente, por una nueva generación de pinos sembrados en el fundo.
En Los Pinos, el colosal bosque y su silente misterio, unido a las experiencias creadas por el empresario, impulsan la generación de momentos realmente memorables y significantes para el alma del visitante.