Por: Carlos Tobar
“La paz es la única batalla que vale la pena luchar”
Albert Camus
Si algo está mostrando la guerra infinita entre palestinos e israelíes, es el fracaso en el tiempo de las políticas coloniales de los viejos imperios decimonónicos. Ha sido una política de ocupación y saqueo donde los pueblos del mundo, han pagado con sangre y miseria la arrogancia del poder del gran capital.
Un poder que no tiene patria, ni normas que lo controlen fuera de las que les sirvan a sus mezquinos intereses, además de, una voracidad sin límites para engullir el trabajo y el sufrimiento de pueblos enteros sin futuro.
Esa es la guerra árabe-israelí. Pero, así han sido todas las guerras mentirosas desde que ese poder “que naciera chorreando sangre”, ha puesto su impronta en los destinos planetarios.
Puede ser que tengan una u otra particularidad: el territorio, la lengua, la religión o religiones que les den cobijo, los particulares contendientes, la época…, pero todas…, todas, en el fondo, terminan engordando las faltriqueras de los señores de la guerra.
Degradan a los contendores hasta el extremo repugnante de lo que estamos viendo. Niños y ancianos, mujeres y jóvenes, trabajadores y desempleados, masacrados con la vileza de todas las violencias.
En Palestina, construyeron una solución nacional, con estado incluido, para dos pueblos extraños entre sí por razones de religión y cultura que, antes convivían en paz. Lo diferente fue organizar el poder: darle forma para sojuzgar a una parte por la otra. Realmente, a una élite vinculada a los grandes negocios del capital que en los 75 años que lleva el conflicto se ha enriquecido y enriquecido a sus socios patrocinadores. Socios que tienen nombre: Estados Unidos, Europa (Reino Unido, Francia, Bélgica), los países sede de los grandes emporios financieros y económicos.
La complejidad sobrevino de la intención de reparar a un pueblo que fue víctima en la Segunda Guerra Mundial Imperialista de una expresión ultrafanática de ese poder depredador del gran capital: el holocausto judío a manos del nazismo alemán, sacrificando un pueblo árabe débil y pobre: el palestino.
Lo hicieron sin consultar a los pueblos, sin considerarlos en manera alguna. Lo que resultó fue un engendro plagado de contradicciones explosivas que, no ha hecho sino crecer con el paso de los años. Ya perdimos en la memoria el listado de barbarie de esa relación impuesta: en el inicio la nakba de 1948 con el sacrificio de 750.000 palestinos, las sucesivas guerras entre los países árabes e Israel con la intervención desequilibrante del imperio policial de EE.UU., y, por décadas el proceso continuo de aniquilamiento del pueblo palestino desplazado de sus tierras y posesiones. Incluso violando las resoluciones de la ONU que definieron los derechos de ese pueblo a su propio estado.
La barbarie de hoy, es el último episodio de una mala invención de los imperios neocoloniales que aún hoy pretenden que los pueblos del mundo aceptemos su “mundo de reglas”, donde ellos tienen todas las ventajas y nosotros siempre perdemos. La solución pasa por el reconocimiento de los derechos de todos los pueblos por encima de los perversos y egoístas intereses del gran capital depredador. Sin violencia, ni fuerzas armadas de ocupación.
Neiva, 16 de octubre de 2023