Por: Luis Humberto Tovar Trujillo
Siempre se ha dicho, en el argot popular, que, “vaca ladrona no olvida el portillo”.
Las relaciones interpersonales, están regidas por ciertos cañones que implican respeto, obediencia debida, entre otros muchos, incluso, gobernantes entre sí, que le llaman diplomacia, que entre otras cosas, ha perdido mucha relevancia, por la vulgarización de su ejercicio, desde la aparición de los regímenes dictatoriales de América y el mundo.
Ha aparecido una comunicación, regida por los cañones de la diplomacia, es decir, entre gobernantes, entre iguales para no ir tan lejos, dirigida por Petro a su excelencia “Señor Mordisco”, un delincuente narcoterrorista de las disidencias de las Farc, que pese al acuerdo de la Habana, que supuestamente ningún gobierno anterior, dícese de talante uribista, tuvo la testiculina suficiente para volverlo trizas, por el solo hecho de existir la disidencias, ha seguido atormentando la cotidianidad ciudadana.
Ese romance diplomático, entre gobernantes como parece serlo, dice mucho sobre la realidad colombiana en términos del gobernante, donde coloca en pie de igualdad a su interlocutor, primer acto del ministerio de la igualdad de reciente creación, donde enseña que perdimos a Colombia, de permitir seguir con la indiferencia de los lideres verdaderamente democráticos.
Vemos que son dos naciones, la una nacida en democracia, pese a ello, entregada a un tirano, como negando su madre original, y la otra, aupada por el gobierno, y legitimada por la incapacidad de aquel, de regirse por la autoridad y orden institucional.
Reconocer esas legitimidades, nos obliga a entender que, estamos sometidos, a una esclavitud promovida por los dos interlocutores, paridos por el delito, donde nos invitan a escoger entre la reconquista de nuestra democracia, o renunciar definitivamente a ella, mediante una manifestación voluntaria, que es la peor esclavitud.
Ese sometimiento, nace precisamente de la deslegitimación de la Fuerza Pública, al sustituirla por delincuentes reconocidos, legitimados por el gobierno, e irrigados por todo el territorio, sembrando el terror, y el miedo hacia los ciudadanos, única forma de gobernar del terrorismo.
Toda esta realidad, tiene como entorno el narcotráfico, peor que en la época de Pablo Escobar, entorno conocido por el gobernante, con quien pactaron la destrucción del Palacio de Justicia, y el asesinato de la mejor Corte, esa sí suprema, sin antecedentes en la historia jurídica, y política del pais.
En estas condiciones toca decir, “a Santa Rosa o al charco”. Se ha creado una presión social, donde solo falta el último empujón para caer al abismo, o reaccionamos a “defenestrar” al individuo, como lo propusieran las reservas legitimas de nuestras fuerzas, o definitivamente seguir postrados al narcoterrorismo.