Diario del Huila

Madre de soldado, madre de guerrillero

May 15, 2023

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Por: Gerardo Aldana García

Una tarde de aquellas en que sol se había ido y nubes morenas anunciaban un nuevo parto, atestiguaba las lágrimas de una madre colombiana, de esas abnegadas mujeres rurales, cultivadas en el clima de sanas costumbres, de respeto por sus vecinos y la gobernanza del Estado. Llora al saber la noticia que su hijo mayor, de diecisiete años se había incorporado a las filas de la guerrilla de las Farc. El conflicto requiere del espíritu de los jóvenes para hacer patria, y si es del caso, su vida será ofrenda a la causa de la liberación del pueblo, esto había dicho el comandante del frente guerrillero que recibió al joven. Era el año 2000 y los colombianos vivíamos la crudeza del conflicto, el mismo que se trataba de negociar en intrincados laberintos de conversaciones inspiradas en la paz. El discurso libertario del grupo guerrillero había logrado que el segundo de los hijos de María (será el seudónimo que utilizo para la madre en esta columna) siguiera los pasos de su hermano. Con dieciséis años, subió al campero marca Nissan que lo llevaría desde Ataco – Tolima con destino final en montañas aledañas al Cañón de Las Hermosas en el municipio de Chaparral.

Tres años pasaron luego de la partida del mayor de sus hijos. Las noticias que diariamente viajaban por la geografía nacional en la voz de locutores y periodistas, con un constante registro de muertos del conflicto, muchos de ellos registrados en el Tolima, hacían que María muriera a cada instante presa de la zozobra y el miedo de escuchar el nombre de uno de sus hijos. Para colmo mayor, el último de los hijos varones, ahora con dieciocho años, atendía el llamado del Ejército Nacional que lo incorporaba en el contingente cuarto de 2003, en un batallón de infantería. María a quien el conflicto le había quitado a tres de sus hijos, se acompañaba de su hija Nubia, la menor de todos, con quien al encender un fuego cada noche, suplicaban a la Virgen del Carmen, protegiera a sus amados hijos y los trajera de vuelta a casa, sanos y salvos.

Una madre así, con sus hijos raptados por un sistema fallido, que daba la espalda a la juventud, jamás pudo tomar partido en el fragor de la absurda guerra librada entre el gobierno colombiano y las Farc. Su sueño era siempre el de lograr la paz para todos en el país. En cada enfrentamiento de los dos bandos, acaecido en territorio tolimense, en el que se sabía estaban sus tres hijos, María lloraba inconsolable en la humilde habitación de su casa hecha en bahareque en medio de árboles de Café, Plátano, Yuca, Caímos y el emblemático y colorido de encendido carmesí, Liberal.  Pedro, (nombre ficticio para el mayor de los hijos) había logrado llegar a ser comandante de un frente guerrillero. Su capacidad para moverse en el entorno rural y el olfato para ubicar al enemigo (soldados campesinos, como los mismos guerrilleros) y asestar golpes certeros y arteros, le habían valido el respeto de sus superiores. Aunque en la misma geografía rural tolimense, su hermano Luis (nombre ficticio para el menor de los dos hermanos en la guerrilla), se desempeñaba como un guerrillero raso; eso sí, con disciplina y entrega a la causa de la revolución que lo había acogido y la que él mismo abrigaba lleno de convicción.

Y ocurrió lo que más temía María. La noticia llegó a través del comandante de la policía de Ataco. En un combate librado dos días antes, en territorio rural de Villarica, con un saldo fatal de cuatro soldados y ocho guerrilleros, las fuerzas de parte y parte se habían replegado a la espera de un nuevo encuentro de fuego y metralla. Luis, estaba dentro de la cuota de muertos que la guerrilla acrecentaba a la absurda guerra. La madre, que al recibir la noticia corría por las calles de Ataco, tomándose la cabeza y gritando al viento su dolor, su desventura, cayó de rodillas, vencida a los pies de la iglesia del lugar. Ya no hubo más risas en su hogar, más en su corazón vivía la esperanza del fin del conflicto. Pero el destino se ensayaba con ella y pasados ocho meses del funesto suceso, la madre de un soldado y dos guerrilleros, subía el volumen de su radio Sanyo cuando el noticiero de la emisora en A.M., anunciaba la muerte de un comandante guerrillero, en un cruento combate sucedido en la localidad de Planadas. Era Pedro, quien con su muerte hinchaba el pecho del Ministro de Defensa al registrar la baja de un importante cabecilla de las Farc.  Se supo que del lado de Ejército, dos soldados habían resultado muertos y cinco heridos; dentro de los últimos, estaba Mario (nombre ficticio para el menor de los hijos de María); el estallido demoledor de una granada de fragmentación lanzada desde el fuego enemigo, desmembró de su cuerpo la pierna derecha.

Hasta hoy, la familia, pese a las gestiones y súplicas ante el Gobierno, no ha recibido compensación alguna por el abuso y el irreparable daño que recibió María, la madre soltera a quien el conflicto se le había llevado su esposo en una mañana, víspera de un domingo de ramos, cuando recolectaba las palmas que llevaría para ser bendecidas por el cura, pisó una mina quiebra patas, dejando a María con sus cuatro hijos, entre cuatro y ocho años de edad.

Pasados veinte años desde que el primero de sus hijos llegó a la guerrilla, Nubia sienta a María bajo un árbol de Algarrobo. Lo hace todos los días. Perdió el sentido común. Siempre está en silencio, sin risas y con una mirada perdida en cualquier horizonte. Frente a ella, soportado en la muleta, Luis acaricia los cabellos de la madre, mientras en su conciencia una duda no ha sido resuelta: ¿acaso fue una de las balas de su fusil Galil, la que segó la vida de su hermano Pedro?.

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