Álvaro Hernando Cardona González
Hace poco, en los reels y videos cortos que ahora Facebook incluye en la red social, se mostró la salida del equipo de fútbol del que hace parte Lionel Messi. El título es “cómo identificar jugadores latinos”. En este se ve cómo Messi y dos jugadores más, acortan su paso, pasando por debajo de unas barreras y cómo otros dos jugadores dan la vuelta, por el camino que van señalando directivos de ese deporte. Lo que insinúa el video, es que los latinos somos propensos al atajo, al camino corto, al camino no señalizado. Se desprende de esto lo obvio, somos propensos a la indisciplina, a violar las guías sociales y éticas. Aplaudimos la contravención, la ilegalidad, la astucia para ahorrar costos sacrificando, por ejemplo, el manejo de impactos ambientales generados por obras o proyectos, el carro que se atraviesa, la manera cómo se roba o defrauda al Estado, se protege y justifica a más no poder, el deterioro o destrucción de los bienes públicos y privados. Nos gusta el atajo. Alabamos la viveza. Qué cosa.
El buscar atajo hace de la mayoría de los latinos, personas que son capaces de justificarlo todo. Incluida la ética (nuestros sentimientos íntimos sobre el bien y el mal) y moral (las reglas socialmente más aceptadas). Lo que a su vez, nos pone trabas para progresar individual y colectivamente, ya que nos resistimos a aceptar lo que otros países sí hicieron por lo que hoy son potencias: todos cumplen las reglas sociales porque temen el reproche inclaudicable e intransable del Estado (Estados Unidos, Gran Bretaña, países nórdicos) o porque su obsesión es el trabajo y ahorro para contingencias futuras (Alemania – recomendamos el excelente capítulo “La Europa austera de Merkel”, en Angela, crónica de una era, de Ana Carbajosa).
Hoy día son muchos los columnistas, profesores investigadores y personajes de la vida nacional (no nos referimos a los políticos) coinciden en que a los colombianos se nos escapó la línea entre lo permitido y lo inadmisible. Existen capas sociales que aplauden los asesinatos cada vez crecientes de delincuentes por turbas enfurecidas que se cansan de denunciar y esperar un fallo condenatorio. Desde hace mucho la trampa y el atajo, se califica como astucia, como inteligencia por su beneficiario. Colarse, pintar paredes de bienes públicos y privados sin autorización, invadir el espacio público, cobrar por el parqueo en calles, pedir dinero en las esquinas, amenazar de varias formas, hacer ruido, botar residuos, usar los recursos naturales sin previa autorización, violar semáforos e invadir los pasos peatonales, etc, parece la regla.
El atajo nos tiene llevados como sociedad. Tergiversamos los valores. Ahora el mal, es el bien y el bien está mal. Nos atrasamos adrede en la búsqueda de más igualdad, más crecimiento económico y más paz, la auténtica, la que será duradera.