Diario del Huila

Manos manchadas

Ene 25, 2024

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Por: FROILÁN CASAS

* Obispo emérito de Neiva

Qué país tan sucio que hemos venido construyendo los colombianos desde hace más de doscientos años. La inmoralidad ha hecho metástasis en todos los rincones de la patria. Es un mal endémico que campea por doquier. Hemos llegado al cinismo de afirmar: “El vivo vive del bobo” y “No dé papaya”; claro que sí, aproveche toda la que le ofrezcan. ¡Qué horror! Lo grave: nos estamos acostumbrando. La tergiversación y trasmutación de los valores han permeado todos los ambientes. Se ha vuelto “normal” robar, y de modo especial al erario. El funcionario llega con hambre atrasada y, entonces, a devorar en el menor tiempo todo lo que encuentra. En todas las campañas electorales se arenga al pueblo con diagnósticos terroríficos, y el charlatán de turno, como un encantador de serpientes, adormece al colectivo, presentándose como el mesías que partirá la historia.

La gente es tan ilusa que se lo cree. ¡Ah! Como dice el aforismo latino: “Stultorum inifinitus est numerus”: ‘Es infinito el número de idiotas’. El demagogo de turno se llena de bufones que celebran las ridiculeces del comediante que levita en los escenarios de la plaza pública. Cada gobierno quiere arreglar el déficit fiscal con nuevas reformas tributarias. No se ataca la raíz del problema. Si se extirpara la corrupción y se optimizasen los recursos, nos sobraría dinero.

En países como Nueva Zelanda, Corea del Sur, Japón y, aun, los países nórdicos, los impuestos se ven: excelentes vías públicas, escuelas bien dotadas, hospitales bien equipados y con estupendo servicio. ¡Ah! Allá sí vale la pena pagar impuestos. Aquí la venalidad del sector público, bueno, y también del sector privado, es lugar común. Por favor, todo monopolio es nefasto. Las ‘ías’ supuestamente se han creado para combatir la corrupción: tanta burocracia y ¿cuáles son los resultados?

Buena parte de nuestro presupuesto se va en funcionamiento: es un Estado clientelista. El funcionario ordenador de gasto compromete el dinero público en el pago de “favores”. Tenemos un aparato estatal enorme, fosilizado y asfixiante: ahoga al ciudadano que pide un servicio. Este es un Estado ineficiente y paquidérmico. La carrera administrativa no permite la flexibilización de los servicios que debe prestar el Estado. El funcionario público se cree dueño de la finca y sabe perfectamente que primero se va el jefe; entonces maltrata al usuario que se acerca a pedir un servicio. ¡Qué ironía! Se olvida de que gracias a ese ciudadano que paga impuestos, recibe mensualmente su salario. Pregunto: ¿quién tiene las manos limpias para administrar el erario? Al hacer una mirada retrospectiva de nuestra historia patria: ¡cuántos héroes son en realidad villanos! Me molestan monumentos pedestres y ecuestres que se erigen en parques y avenidas e incluso dan el nombre a estos, cuando en realidad fueron los más crueles verdugos. Amigo lector, permítame decirle, casi todos los “próceres” e “hidalgos” de la independencia fueron unos rufianes. Saco de ese costal a don Antonio Nariño y Álvarez: de los cincuenta y ocho años que

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