La expulsión de las mujeres de la educación secundaria y superior y en general la violación de sus derechos ha sido quizá una de las consecuencias más nefastas y evidentes del regreso del régimen talibán en Afganistán. Este punto crítico, de hecho, ha estado en el centro de las condiciones para que el país, sumido en el hambre y una crisis social, política y económica, pueda recibir asistencia internacional.
La opresión contra las mujeres ha tenido repercusiones no solo en sus vidas, sino en la debilitada industria y economía afgana, pues muchas de ellas (que conforman el 20 % de la fuerza laboral) han tenido que dejar sus empleos. Esto ha ido al compás de prohibiciones relacionadas, por ejemplo, con las expresiones culturales y su consumo. Todas parecen tener algo en común: una alegada misoginia que ha motivado hasta la decapitación de maniquíes con forma de mujer en la ciudad de Herat, por considerar ese tipo de expresiones como contrarias a la ley islámica. Aquí recopilamos algunas de las medidas adoptadas por los talibanes durante estos seis en el poder.
Una de las industrias más impactadas ha sido la audiovisual, pues las restricciones fundamentalistas han prohibido la transmisión de telenovelas en las que participen actrices. Tanto para la televisión como el cine se ha prohibido la difusión de cualquier contenido “inmoral”, que vaya contra los principios y cultura afgana o que promueva costumbres extranjeras. Esto ha llevado a que las personas que solían emplearse en esta actividad y que podrían ser tildadas de activistas se escondan en sus casas o abandonen el país (cuando es posible).
Y aunque, por ejemplo, las periodistas tienen permitido presentar sus reportes usando un hijab, según estudios citados por The Guardian, se calcula que el 70 % de los trabajadores del gremio han quedado sin empleo en estos meses y que menos de 100 de 700 reporteras que había aún trabajan. Sin mencionar, por ejemplo, la violencia a la que han sido sometidos los periodistas que han cubierto las protestas de las mujeres contra el régimen talibán.
Algo similar ocurre con la industria y el consumo musical, que ha sido restringido. “Es muy difícil porque no hay conciertos, no hay música y (para los músicos) es difícil estar sin dinero y sin trabajo”, le dijo a France 24 el reconocido músico Homayoun Sakhi, uno de los muchos que han salido de Afganistán.
La música ya había sido prohibida en el régimen talibán que gobernó el país entre 1996 y 2001, y la situación no es muy distinta ahora que no se puede tocar música en vivo, reproducirla en público e incluso que se han conocido imágenes de músicos golpeados e instrumentos destruidos.
Quizá uno de los episodios más radicales hasta ahora es el asesinato de dos personas durante una boda cuando tres hombres armados que se identificaron como talibanes irrumpieron en una boda para detener la música que estaba sonando. En el hecho al menos 10 más resultaron heridas. Un vocero del régimen, sin embargo, según la BBC, negó que esas personas actuaran en nombre del movimiento islámico.
Al igual que la educación, la participación laboral de las mujeres ha sido un punto sensible. Con la llegada de los talibanes al poder, el 20 % de la fuerza laboral que ellas constituían se empezó a desvanecer. A las trabajadoras oficiales, por ejemplo, les fue ordenado quedarse en casa. Como registró Al Jazeera, algunas pocas en servicios esenciales como enfermería han sido llamadas de vuelta al trabajo y la segregación laboral por sexo también fue impuesta.
El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (UNDP) ha calculado que la restricción a la participación laboral de las mujeres podría costar inmediatamente 5 % del Producto Interno Bruto del país.
Como si fuera poco, ellas se han visto sometidas a restricciones hasta en la movilidad. No solo los taxistas han sido instruidos a no llevar a las mujeres que no estén vestidas de forma adecuada a la luz del islam, sino que las que viajen más de 72 kilómetros no pueden ir sin un familiar hombre como acompañante, según la directriz del Ministerio de la Virtud y Prevención del Vicio. Las barreras impuestas, como destacó Human Rights Watch, tiene, por demás, un impacto en otros ámbitos, como la oportuna atención en salud y la salud mental de por sí.
No solo la educación secundaria y superior ha sido prohibida para las mujeres, sino que quienes pueden mantenerse en el sistema han visto restricciones en los pensum. Según Human Rights Watch, pese a que la religión ya formaba parte del currículo, este contenido se ha reforzado y se ha desplazado la educación física y la enseñanza del arte por ser consideradas “innecesarias”. Es un argumento similar al que se ha esgrimido para prohibir la práctica de deportes como el criquet por parte de las mujeres: es “innecesario”.
Los hombres también han sido sometidos a restricciones, como la de no poder afeitarse. Aunque la directriz fue impartida en un principio en la provincia de Helmand, en el sur del país, según la BBC, barberos en Kabul dijeron haber recibido la misma instrucción.
La razón es que afeitarse o “arreglarse” la barba es contraria a la ley islámica. Esta restricción, dicho sea de paso, también pone en riesgo el sustento de los barberos que, con la popularización de cortes y estilos “occidentales”, encontraron una fuente de ingreso en los últimos 20 años.