Por: José Eliseo Baicué Peña
Los turistas tienen, casi siempre, el primer contacto con los taxistas de una ciudad. Es con ellos con quienes se presentan las primeras conversaciones: información sobre hoteles, restaurantes, clima, tradiciones, cultura, entre otros temas, soportan estos acercamientos.
Un buen número de las busetas ha cumplido su vida útil. Están acabados, descuidados. Latas desajustadas, sillas sin espuma y corroídas por el moho, timbres que no funcionan, puertas que no abren ni cierran bien, exponiendo a diversos peligros a los pasajeros.
Eso sin hablar de los fastidiosos sonidos que emiten los amortiguadores acabados, prensas, rótulas y cajas de cambios, y demás partes del vehículo que al son del estrés de la gente, se confabulan creando una atmosfera a la que casi estamos acostumbrados los usuarios.
Además, de la estela de humo y gases que van dejando tras de sí. Paran donde quieren, y como quieren. Se creen los amos de la ciudad. Y lo peor, nadie dice nada. Y si dicen, nadie hace nada
¿Quién vigila la labor de ellos?, ¿dónde se forman?, ¿con qué criterio? ¿todo el que aprenda a maniobrar un vehículo y obtenga la licencia está capacitado para transportar personas en una ciudad como Neiva?, ¿qué aspectos se incluyen en esa formación?, ¿cómo se seleccionan?, ¿qué requisitos deben cumplir además de “saber manejar”?, ¿cómo deben estar vestidos?, ¿quién determina eso?, ¿cómo debe ser su vocabulario, actitud, y disposición con el usuario?, ¿qué tipo de información deben conocer sobre la ciudad y su gente?, ¿esa información está encaminada a proyectar una positiva imagen de la ciudad, o por el contrario, a rebajarla?
A todo esto, se suma la frenética competencia con sus colegas, en donde la velocidad, la brusquedad de dar marcha y detener el vehículo son sus armas predilectas. El pasajero no les importa sino para cobrarle el pasaje. Un pasaje, que entre otras cosas, es muy costoso para el recorrido que se hace en una ciudad tan pequeña, pues comparado con otras ciudades, resulta costosísimo.
Y, como si fuera poco, le hablan al pasajero como si le estuvieran haciendo un favor sin percatarse de que están prestando un servicio. Carecen de modales, respeto, ética, urbanidad, principios, valores. Ellos ven su trabajo como la forma de ganarse la vida, pero lo hacen como si fuera una obligación en la que descargan su estrés, furia e inconformismo.
Y aquí caben los taxistas también. Prestan el servicio en bermudas, camisillas sin mangas, chancletas, y hablan por su celular todo el tiempo. Ahh, y colocan la radio a todo volumen porque les interesa escuchar la música de su predilección. No les interesa lo que el pasajero quiere escuchar. A lo mejor el pasajero no quiere escuchar nada, pero tampoco les interesa.
Urgen buenos conductores, mejor capacitados y compenetrados con su labor y la calidad de del servicio. Eso mejorará mucho el ambiente de la ciudad.