La columna de Toño
Por: P. Toño Parra Segura
padremanuelantonio@hotmail.com
Jesús nos enseña a orar y es de notar que esto no es iniciativa suya sino de uno de sus discípulos impresionado por el testimonio que les dio después de la oración que dirigió a su Padre.
Si Él les había dicho antes: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”, la pedagogía mejor para conocer al Padre era manifestarles cómo debían orar.
San Mateo en el cap. 6, 9-13 trae un texto paralelo al del Evangelio de San Lucas en este Domingo 17 del tiempo Ordinario.
Las dos versiones se explican por tradiciones litúrgicas diferentes: la de Mateo más próxima al medio judeo-cristiano, la de Lucas más breve, con menos embellecimientos litúrgicos es más cercana probablemente a la oración original. Ninguna de las dos versiones son fórmulas para repetirlas de memoria.
La clave del Padre Nuestro está en el tema de la paternidad de Dios (Os. 11, 1-9). La fórmula breve de Lucas “Padre” es más primitiva que la de S. Mateo. Esta palabra traduce el original arameo “Abba”, que utilizaba Jesús para dirigirse a Dios, como signo de intimidad que correspondería a la palabra nuestra “Papito”.
Fuera de las expresiones directas de Jesús que nos indican las prioridades en nuestra súplica, el mensaje de hoy nos enseña lo siguiente:
Primero: La necesidad de orar y de orar bien. Hay en nuestro ambiente una proliferación de fórmulas, algunas mágicas, otras muy dulzarronas y sentimentales; hay desde la oración al justo juez, al ánima sola, a los ángeles adornados con un poco de azúcar, con amenazas si no se cumplen las copias como las famosas cadenas de oración con 50 nudos que hay que ir desatando, etc. Qué bueno hacer un alto para que oremos como Jesús nos lo enseña en este domingo.
Segundo: Las condiciones de la verdadera oración: la perseverancia expresada en la parábola del “Amigo inoportuno” que con su insistente tenacidad logra la ayuda de un pan para el huésped también inoportuno. Además la confianza en la parábola del “Hijo que pide alimento a su padre”. Después en otras parábolas sobre el mismo tema nos traerán también la perseverancia en el “Juez inicuo y la viuda” y sobre todo la humildad en la conocida parábola del “Fariseo y el Publicano”, todas de San Lucas.
Tercero: las promesas para una oración eficaz: “Pidan y recibirán, busquen y encontrarán, llamen y les abrirán” (Mt. 7,7).
Ahora viene la pregunta que nos responde San Agustín: ¿Por qué no conseguimos en la oración lo que pedimos”? “Porque pedimos mal, pedimos cosas malas y pedimos con mala intención”. Le pedimos a Dios algo como si fuéramos semejantes a Él, le ponemos plazos: “una novena, un ayuno o una obra buena” eso es comercio religioso ajeno y odioso para quien es nuestro Padre y sabe y conoce lo que nos hace falta. Utilizamos las mejores devociones para pedir el mal para los enemigos: la suegra, el vecino, la guerrilla, el que nos hace daño.
Le exigimos a Dios las cosas y lo amenazamos con cambiar de religión o quedar sin ninguna. Dejemos las consultas tontas a las brujas, adivinos y agoreros. Si los papás siendo malos dan cosas buenas a sus hijos, el Padre Bueno, Dios, nos dará al Espíritu Santo si se lo pedimos. Releamos despacio estos textos de hoy y los de Mateo y recordemos la frase de Santa Teresa: “orar es pensar en Dios con amor”, casi sin palabras pero sintiéndolo siempre como el Padre que nos ama”.