Diario del Huila

Neiva, entre guaches y la necesidad de cultura ciudadana

May 2, 2024

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ALFREDO VARGAS ORTIZ

Orgullosamente Docente de la Universidad Surcolombiana

Doctor en Derecho Universidad Nacional de Colombia

En años anteriores, tuve que recoger a mi hijo en el colegio, en la carrera primera por el barrio Cándido, y paré un taxista, pero este se paró en la mitad de la cuadra, y al hacerlo casi se estrella con unos motociclistas que iban en esas motos extraordinarias que circulan en nuestro territorio con capacidad para 3 personas. Como estaba de afán, me subí al taxi sin percatarme de que estaría ingresando a una de las tantas aventuras que se viven en estas tierras, que ni la afamada serie de Rápido y Furioso las iguala. El señor de la moto insultó con palabras que no me había imaginado que existían y el taxista, «muy decente el señor», respondió con otro calibre, que me imaginaba a los miembros de la Real Academia de la Lengua cortos en tinta para poder asimilar y plasmar en el diccionario semejante creatividad de insultos.

La suerte estaba echada, y los vehículos se acercaban y alejaban cada vez que querían transmitir lo que en sus más profundas (y creo que podridas) entrañas salía, con rostros que se desfiguraban a cada palabra, mientras que mi hijo, de tan solo 10 años en ese entonces, observaba sorprendido. Yo estaba muy tranquilo, pues soy de una tierra donde nacen muchos y se crían pocos, y donde se dice jocosamente que las fiestas sin muertos no estuvieron buenas.

Como cuestión del universo cómplice, y con el ánimo de agregarle un poco de adrenalina al asunto, el semáforo se puso en rojo y de repente los individuos tuvieron que frenar y quedar cara a cara, y me pregunté: «¿Y ahora qué irán a hacer estos guaches?» Para no disminuir la expectativa de la sorpresa, el taxista, como uno de los protagonistas principales de esta historia, abrió la puerta, se agachó, levantó su tapete y sacó un machete que parecía la espada del Rey Arturo. Confieso que he mirado ¿Cómo es posible guardar un machete tan largo debajo del tapete en mi carro y no he podido? Claro, los de la moto salieron corriendo apenas vieron al loco del machete, que mínimo les iba a quitar la cabeza si lo esperaban. Yo, en medio del shock de esta escena, vi cómo el afamado taxista regresó al taxi que ya había generado congestión en la carrera primera, volvió y se agachó a guardar su herramienta de trabajo en el tapete, se subió muy excitado al taxi, me miró por el espejo y me preguntó: «¿Cómo la vio?» Yo no sabía si reírme, llorar o salir corriendo del carro, manejado por semejante lunático, y la sensatez me dijo que debería conservar la calma y hacer como si todo lo visto y ocurrido fuese uno de los tantos gajes del oficio de ser taxista. El señor, muy orgulloso, me dijo: «Y esta es la segunda vez que me pasa en esta semana». Con esa sentencia, los pocos minutos que faltaban para llegar a mi casa se me hicieron como un año.

Esa historia real, que me pasó, intentó repetirse recientemente cuando otra taxista se me adelantó, no entiendo por qué, y comenzó a insultarme y hacerme la señal de pistola con tal fuerza que imagino esperaba que yo reaccionara de manera violenta. Obviamente, mis años de educación y de maestro no me permiten sacar el algecireño y me tuve que contener ante la injusticia, nuevamente realizada esta vez con mi hijo como un adulto a quien le invité a serenarse y obviar a aquel guache que nuevamente me refuerza la importancia de trabajar en cultura ciudadana en nuestra amada Neiva.

La gente de bien, en el buen sentido de la palabra, es mucha, y tenemos que aguantar a este tipo de personas todos los días en las calles. Nuestras mujeres son asediadas por hombres que actúan como perros buscando su carne, la violencia intrafamiliar no da tregua y las lesiones, muertes y violencia por intolerancia son insoportables. Esta reflexión la hago para invitar a las Instituciones Educativas, las universidades, las instituciones gubernamentales a profundizar en las campañas de cultura ciudadana, de tolerancia, de respeto al otro, de la cultura de la legalidad, que, en definitiva, mucha falta le hace a esta tierra que, aunque bien hermosa que es, se afea con gente que se le olvida que esta es compartida y sus derechos terminan donde comienzan los de los demás.

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