La humanidad entera está condenada a padecer diversas enfermedades transmitidas por virus o bacterias y que colocan en serios aprietos a los sistemas de salud, por el alto impacto que ocasionan en la salud de las familias. Cuando todavía no hemos superado la pandemia del Covid, aparece la viruela del mono, como una seria amenaza por los niveles de casos de contagios que actualmente se encuentran afectando a los países africanos y europeos y con la lenta aparición de casos aislados en algunos países de América Latina. De acuerdo con los expertos de salud, se traduce en que esta endemia tiene pocas posibilidades de crear un escenario similar al del coronavirus.
La circulación comprobada de la viruela del mono en el país, evidenciada por 84 casos confirmados, y teniendo claro que su mecanismo de transmisión, de acuerdo con las autoridades de salud, depende de la exposición estrecha de las personas con afectados por la enfermedad o por el contacto con sus secreciones y fluidos corporales, exige tomar esta infección en serio y poner en práctica lo aprendido durante la pandemia de Covid.
Por lo que urge poner las cosas en su verdadera dimensión, sin minimizar los potenciales efectos, pero sin dejar de lado que es necesario mantener una vigilancia expectante. Todo lo anterior debido a que no se puede caer en la psicosis colectiva que empieza a difundirse, mucha sin sustento científico, que con la misma velocidad de un virus puede extenderse por las redes sociales y las cadenas personales de mensajería que terminan formando una espiral en el que las primeras víctimas son la sensatez y el sentido común. La Organización Mundial de Salud, declaró recientemente la emergencia sanitaria global por el aumento exponencial de casos que ha tenido esta enfermedad viral.
De ahí que haya que echar mano de lo aprendido durante la pandemia y fortalecer el precepto de que la salud colectiva depende de la salud individual y viceversa, todo en un marco de responsabilidad que exige conocer los verdaderos riesgos de las potenciales amenazas a partir de fuentes rigurosas y de autoridades sanitarias idóneas. Pero, además de lo anterior, resulta imperativo entender que frente a una infección emergente que ya suma casi 32.000 casos en 89 países debe actuarse con fundamento en los hallazgos que dejan su evolución epidémica y en los resultados de los estudios científicos, y no en los rumores o en las falsas noticias. La evolución autolimitada del virus y la baja mortalidad permiten tener cierto grado de tranquilidad y no caer en el sensacionalismo ni en falsas alarmas, lo que no impide que entre todos se construya y se fortalezca la forma más favorable de atajar un virus cuya circulación depende del comportamiento general.
