Este popular refrán tiene un significado muy especial en el alma colectiva. No se trata solamente de una relación afectiva entre personas cercanas pues trasciende al ámbito social, en la medida en que, para los gobernantes y líderes políticos, sus electores tienen el derecho y el deber moral de exigirles el cumplimiento de sus promesas.
El desgaste que vienen sufriendo los políticos y gobernantes no es solamente por la creciente corrupción en la administración de los intereses colectivos, sino que además el permanente incumplimiento de sus promesas de campaña acrecienta el descontento y la falta de credibilidad y confianza tanto en los partidos como en sus voceros y representantes.
La pandemia que está causando graves consecuencias económicas y sociales constituye un factor que inexorablemente habrá de potenciar el descontento y el rechazo de quienes por años han burlado sus compromisos y no han honrado su palabra. Cada elección ha representado unas expectativas legítimas en los electores y por el clientelismo que caracteriza el accionar de nuestro sistema político, muchos líderes populares y dirigentes municipales y departamentales ven frustradas sus esperanzas del puesto, del contrato o del respectivo favor, promesas con los cuales contribuyó a la elección.
En relación con las expectativas nacionales generadas con motivo de la elección del presidente Duque, faltando apenas 17 meses para que sea elegido su sucesor, estando de por medio la renovación del Congreso; los colombianos estamos insatisfechos con los resultados alcanzados, pues no hemos disfrutado la paz con legalidad; ni avanzamos en el emprendimiento y la competitividad; ni menos aún hemos mejorado los niveles de inequidad social.
Por el lado de la actividad legislativa, las reformas esenciales al sistema judicial; al sistema político y electoral; así como la imperativa necesidad de combatir eficazmente la corrupción, la violencia y la criminalidad, no encontraron interés ni voluntad de los congresistas ni del gobierno.
Hay que decirlo con franqueza. Si bien es cierto la inesperada pandemia alteró las circunstancias económicas y fiscales del Estado, ello no puede considerarse como una justificación válida que exonere de responsabilidades al presidente, a los congresistas, a gobernadores y alcaldes.
Para el caso regional las frustraciones e incumplimientos no cesan. Llevamos los huilenses 10 años esperando el mejoramiento de nuestra infraestructura vial y lo que se observa es un deterioro lamentable.
Sin una buena red vial que nos comunique desde el sur, Putumayo y Caquetá, Norte de Nariño y sur oriente del Cauca; con la conexión a Bogotá; sin la cacareada salida al pacífico; sin la integración regional La Uribe-Colombia que nos pueda conectar con la promisoria Orinoquía cuyo epicentro es Villavicencio; nuestra verdadera opción de desarrollo seguirá estancado y en retroceso.
El turismo y la agroindustria son nuestra única realidad económica que para alcanzarla con éxito exige una excelente infraestructura vial y aeroportuaria. Desde luego, para ello es también indispensable una red vial secundaria e interveredal que, acompañada de crédito subsidiado y verdadera asistencia técnica a nuestros campesinos, podrían generar capacidad exportadora de alimentos y materias primas.
Ni para que hablar de ciencia y tecnología cuando la Universidad Surcolombiana sigue enredada en la maraña burocrática y corrupta. Los esfuerzos en tal sentido deberían focalizarse hacia el Sena que viene dando resultados muy importantes en capacitación y estímulo a nuestros emprendedores y jóvenes con talento.
El panorama sigue siendo incierto y desesperanzador. La realidad actual indica que región que no avanza no solamente se estanca, sino que además entra en un retroceso que acumula frustraciones y dispara el malestar social donde campean la violencia y la criminalidad.
A nuestros líderes políticos, gremiales y sociales hay que recordarles que “obras son amores y no buenas razones “. No más promesas irresponsables ni más politiquería. Exijamos transparencia y resultados.