María Clara Ospina
El 6 de noviembre, cuando abrí en la red Worldometer, uno de los relojes que cronometra la población mundial, éramos 7.986.222.150 personas en la tierra. Eran las 4:15 pm; especifico lo hora pues el último número de esa cifra aumenta a una velocidad constante. Para cuando ustedes, queridos lectores, hayan terminado de leer esta columna ya habremos sobrepasado los ocho mil millones de seres humanos, óigase bien ¡ocho mil millones!
Hay otros relojes o cronómetros poblacionales que afirman que ese número ocurrió hace unos días, pero uso el Worldometer por ser del departamento de Economía y Asuntos Sociales, División Población, de Naciones Unidas.
Por cada persona que muere nacen 2.5 personas, o sea el número de reemplazo es mayor al doble. Sin embargo, la población de ancianos está en aumento y amenaza con sobrepasar la población de jóvenes.
Según Naciones Unidas, en el 2018, por primera vez en la historia, el número de personas mayores de 65 años superó al de niños menores de 5 años. Esa es una tendencia constante, lo que significa que nos estamos convirtiendo en un planeta de viejos, debido a los avances de la medicina que nos permiten llegar a una edad mucho más avanzada que la que llegaron nuestros antepasados. Ya no es raro sobrepasar los 100 años. Esto naturalmente tiene implicaciones inmensas, de difícil solución.
Un dato curioso, según Worldometer el número de personas obesas es prácticamente igual al número de personas desnutridas, alrededor de 800 millones.
Para los que nacimos en 1950, cuando la población del mundo era aproximadamente 2.600 millones de habitantes, el número de habitantes ha aumentado en 5.500 millones ¡eso es mucha gente! Ya no cabemos en las calles, los trenes, los aeropuertos, las estaciones, los mercados, peor, no cabemos en las clínicas. La aglomeración es estándar en nuestro diario vivir.
Ese mundo que vivimos de niños ya no existe. La Bogotá de mi niñez desapareció, los bellos cerros cubiertos de árboles están ahora atiborrados de viviendas de invasión desordenada, la ciudad ha ido ocupando enormes extensiones de nuestra verde sabana. Bogotá, repleta de gente, esta abrumada por buses, carros, motos y bicicletas que hacen del transporte un caos. Hay construcción masiva y desordenada. Es una ciudad de “nadie”, aunque se podría decir que es la ciudad de la inseguridad callejera, de los ladrones, de los destrozos causados por los criminales llamados “jóvenes de primera línea”.
Pero si aquí nos sentimos avasallados por el exceso de población, estamos bien comparados con otros países ahogando por la superpoblación, como Holanda, donde hay cinco veces más personas por kilómetro cuadrado que el promedio del resto de Europa.
Gran parte de los hermosos campos que rodeaban a Londres están hoy construidos, lo mismo ocurre en Tokio, Ciudad de México y los Ángeles.
Para Antonio Guterrez, secretario General de la ONU, la llegada del planeta a los 8.000.000.000 es un hito: “Esta es una ocasión para celebrar nuestra diversidad, reconocer nuestra humanidad común y maravillarnos de los avances en salud que han prolongado la vida” y continuó; “A su vez es un recordatorio de nuestra responsabilidad compartida de cuidar el planeta y un momento de reflexionar sobre dónde aún no cumplimos con nuestros compromisos mutuos”. Palabras muy humanas que proporcionan esperanza sobre la superpoblación.