Aníbal Charry González
El ejercicio de la política en Colombia ha sido sustentado, especialmente por el partido conservador para mantenerse en el poder, en la incitación al odio generador de violencia y muerte, como que en épocas hegemónicas de dos décadas de administraciones reaccionarias como lo escribiera Antonio Caballero en su obra “Historia de Colombia y sus oligarquías”, los candidatos conservadores a la presidencia eran señalados con el dedo por el arzobispo de Bogotá para que quedaran rubricados con el sello de la Divina Providencia, y los gobernadores y alcaldes conservadores respaldados por los curas desde los púlpitos lo utilizaran en la estigmatización política condenando como pecadores el liberalismo laico y el socialismo ateo, en un país poseído por el peligroso fanatismo religioso y político.
Fue así como el más grande incitador de la violencia política, el conservador ultramontano y fascista, Laureano Gómez, hizo realidad la nefanda y atroz época de la Violencia que nos dejara más de 300 mil muertos por los cuales no respondió judicialmente: utilizara la manida y criminal vilipendia del liberalismo, vociferando que el partido liberal era un basilisco de cuerpo liberal y cabeza comunista que había que destruir como fuera, para así mantener apelando al odio y la violencia, una hegemonía inicua que condenaba toda modernidad sumiéndonos en el atraso, el fanatismo religioso que invoca a Dios para cometer los actos más despreciables como hizo la parapolítica en Santa Fe de Ralito para refundar la patria, y el marrullero sectarismo político que se mantiene hasta nuestros días utilizado por otros actores políticos canallas para seguir al frente del poder.
Por eso no resulta nada raro que el presidente del Senado, el conservador Juan Diego Gómez haya salido a acusar en forma infame siguiendo la línea laureanista, a Francia Márquez la fórmula presidencial del Pacto Histórico en tener vínculos con el Eln y con las disidencias de las Farc, utilizando el odio generador de violencia que ha permitido matar a tantos colombianos en este país de asesinos, colgándole literalmente una lápida en el cuello como lo ha dicho con razón la candidata a la Vicepresidencia, cuando somos además campeones mundiales en asesinatos de líderes sociales y políticos como lo registra la historia sangrienta de nuestro país, que conmemora en este 9 de abril, 74 años del crimen del más destacado líder liberal social demócrata que hemos tenido, estigmatizado como comunista y subversivo por defender causas sociales y los derechos humanos permanentemente violados en Colombia.
De ahí que los integrantes del establecimiento como el cuestionado e incendiario presidente del Senado, frente a los pasos de animal grande que sienten con la llegada de Petro a la Presidencia, acudan a la difamación y al odio incitador de la mortal violencia para tratar de librarse del opositor político, acudiendo además en forma no menos bellaca de anticipar un fraude electoral
-al que sí ha acudido el régimen reiteradamente para mantenerse en el poder-, si gana Petro, para condenarnos definitivamente a la violencia fratricida que les permita seguir reinando con el terror sobre la sangre del pueblo colombiano.
