Diario del Huila

Orgullo propio

Jun 20, 2022

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Por: Alberto Linero

Quien tiene claro su valor, no se siente amenazado por el éxito de los otros, sino que lo reconoce y hasta aprende de él. De vez en cuando vale la pena sentarse y mirar el pasado para encontrar todas las cosas que hemos construido y de las cuales nos podemos sentir orgullosos, pero también de las que aún no realizamos; como dice Cioran: “Podemos estar orgullosos de lo que hemos hecho, pero deberíamos estarlo mucho más de lo que no hemos hecho. Ese orgullo está por inventar”.

Mi abuela con sus palabras untadas de salitre cienaguero, me decía: “por tenerle miedo al orgullo, se han vuelto inútiles”. Ella se refería a las personas que creían que reconocer sus capacidades y habilidades las presentaba como soberbias, y por eso preferían decir que no sabían hacer nada. Desde esos diálogos aprendí que solo podemos ser felices y construir contextos de felicidad para los otros, si somos capaces de reconocer los talentos que tenemos y con los cuales nos ponemos al servicio de los demás.

La palabra castellana “orgullo” tiene su origen en el francés “orgueil”, que a su vez proviene del término franco urguoli y se puede entender como “excelente”. En este sentido, tener orgullo propio es saber en qué somos excelentes, qué sabemos hacer bien, cuáles son nuestras fortalezas, esas con las que hemos elaborado las mejores propuestas y acciones. Por eso, de entrada creo que es distinto a la soberbia, que implica creernos superiores a los demás y por eso los tratamos con distancia y algo de desprecio. Es obvio que la segunda nos destruye a nosotros mismos porque nos hace vivir en una situación irreal – nadie es superior a nadie-, y a los demás, porque minusvalorar no ocasiona nada bueno.

Todo esto es para invitarte a vivir reconociendo lo bueno que tienes y eres, para que entiendas que amarte supone que estés orgulloso de ti. No pretendas que los demás vean tus cualidades, si tú mismo las escondes por miedo a parecer “orgulloso”. Pero cuidado, no ostentes ni vivas desde la hinchazón de tu ego, que siempre te engaña; hazlo desde tu realidad. Quien es capaz de reconocer sus fortalezas, puede valorar sin temor las que tienen las personas que están cerca, y construir relaciones de fraternidad y sororidad con ellas. Muchos de los envidiosos que viven rezando para que a los demás les vaya mal, esos que buscan con sus vagos insultos destruir la imagen del otro, aquellos que hacen de la crítica su arma para acabar con el diferente, lo hacen porque sienten vergüenza de sí mismos y creen que no tienen en su ser nada de qué enorgullecerse.

Quien tiene claro su valor, no se siente amenazado por el éxito de los otros, sino que lo reconoce y hasta aprende de él. De vez en cuando vale la pena sentarse y mirar el pasado para encontrar todas las cosas que hemos construido y de las cuales nos podemos sentir orgullosos, pero también de las que aún no realizamos; como dice Cioran: “Podemos estar orgullosos de lo que hemos hecho, pero deberíamos estarlo mucho más de lo que no hemos hecho. Ese orgullo está por inventar”.

El amor propio es esa fuerza que nos sana y restaura interiormente cuando las situaciones nos han destrozado y nos sentimos como un rompecabezas desbaratado. Estoy seguro que esa es una de las manifestaciones de Dios en el corazón humano, y que amarse a uno mismo es una forma de saberlo a Él nuestro creador, porque al fin y al cabo, Él no hace basura. Eso implica vivir con la asertividad suficiente para defender nuestros derechos de manera honesta y respetuosa a través de una comunicación eficaz. Sé que para algunos es mejor esconder sus complejos detrás de una falsa humildad que se manifiesta en el desprecio por el otro y que tal vez es la expresión de la peor soberbia.

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