La complejidad de las relaciones interpersonales se da en la medida en la que cada uno concibe o tiene forma de asimilar o trascender su propia racionalidad a partir de conceptos universalizados que se constituyen en los parámetros existenciales, quiérase o no, y quien los desborda o sobrepasa los mismos, podrá ser considerado loco, desadaptado o quizá una persona que no merece el más mínimo respeto y reconocimiento social.
Habíamos advertido sobre este periodo que se inicia en el ciclo de la vida de los seres humanos, marcados especialmente por un nuevo año, un periodo en el que hemos de asumir algunos roles protagónicos para continuar en el mismo papel que hemos jugado o quizá para propiciar algunos pequeños pero significativos cambios en lo que ha de ser, esa forma silenciosa y pausada como se va transformando el mundo y como los mismos seres humanos van alcanzado la plenitud, la realización de sus sueños, o por qué no, el derrumbamiento total y la caída de su imperio.
Hablamos de la caída de su imperio, no porque vivamos bajo dictaduras que vayan más allá, de la que cada ser humano concibe y forja en su propio ámbito existencial, de lo que termina por ser su propio hogar, su vitalidad, su mundo, su entorno, en una palabra, su entorno individual, familiar y social.
Cada ser humano tiene una concepción de la vida y la enfrenta según sus necesidades, sus avatares, sus ambiciones y sus ansias de poder.
Cada persona enfrenta la vida o se sumerge en ese dejar hacer, dejar pasar, como si no dependiera del otro o de los otros, como si se considerara un ente invisible que logra sobrevivir o sobreaguar sus propias falencias y sus propias realizaciones, o bien acusando y enrostrando la realidad al acaso, al destino y muchos a esas fuerzas ciegas creadas para contrarrestar los temores o los miedos y los fantasmas que nos persiguen, que se materializaron en las divinidades o en las religiones creadas para escapar de la impotencia en su momento, del dolor en su aflicción o de la angustia en el desespero de ver cercana la muerte, a la cual, todos se aferran a desconocer y luchar contra ella.
Pero viene un año cargado de muchas incertidumbres, dicen unos. Hay quienes por el contrario consideramos que todo seguirá igual. Que la sociedad no ha pretendido ni ha logrado en ningún momento fortalecer esa comunión de seres hacia el bienestar social, hacia la convivencia y hacia la paz, como forma de alcanzar el ideal comunitario que nos acerque a la realización plena del ser.
Parece que nuestro designio sigue tocado por el infortunio, por la ambición y el acaparamiento de riquezas o de bienes al precio que sea, y que no encontramos una salida consciente y direccionada por verdaderos líderes que entiendan que ese fenómeno del poder, no es la diatriba, no es el enfrentamiento, no es la prepotencia, sino que todo debe signarse en esfuerzos comunes, donde las banderas sean fruto de consensos, de direccionamiento de propuestas, antes que de controversias que se suscitan día a día entre unos y otros, y que nos distancian ideológicamente e incluso, nos distancian personalmente y nos relegan al infierno de nuestro propio silencio.
Repensemos qué papel jugamos en este proceso histórico, como es el día que pasa a cada instante y valoremos las luchas de las comunidades en procura de un bienestar que siempre se les ha negado. Es hora de volver los pasos por la esencia del ser humano y su vitalidad existencial.