Diario del Huila

Palabras para evocar esta pandemia

Ago 7, 2021

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Como siempre sucede, ese anuncio que se fue difundiendo de manera alarmante, se sumó poco a poco, en instantes que parecían intrascendentes, pero que en últimas se tornaron rutinarios, se volvieron permanentes y empezaron a crear situaciones y costumbres que si bien, eran extrañas, ahora eran parte de un cotidiano que exigía y demandaba mucha atención.

Los hombres y las mujeres empezaron a sentir que fuerzas extrañas se apoderaban de sus vidas, de su rol, de sus formas de ser y que ante los ojos del mundo, permanecer en una cuarentena, alejados de los otros, de los que eran sus amigos, sus cuartadas, sus cómplices de locura, de bohemia y de juegos o recreación, terminaban siendo un imperativo que incluso, se llegó a establecer como sanción pública con multas, restricciones y formas de erigir en comportamientos delictivos en una sociedad donde el código penal se modifica todos los días para llevar hasta la cárcel o amenazar con aquella, los hecho o actos que podían atentar contra la sociedad misma y que por tanto, alcanzaban niveles restrictivos y prohibitivos propios de una forma de dictadura, de una forma irracional de coartar la libertad y la paz entre sus habitantes.

Se anunció entonces, que la pandemia de una extraña enfermedad que afectaba las vías respiratorias, y que exigía cuidados extremos en los centros hospitalarios, imponía el uso de un tapabocas, el alejamiento de los seres humanos para conservar una distancia entre uno y otro de dos metros o algo más, el lavado constante de las manos con agua y jabón que se hiciera exigente hasta por veinte o treinta segundos, y más allá, el uso de sustancias para desinfectar las manos, el cuerpo o los sitios que eran ocupados por otros, cuando en aquellos sitios se presentaba concurrencia de personas, o al menos, una visita en el hogar. Se llegó incluso a recibir a los propios familiares, vecinos y amigos, con gel antibacterial, con alcohol, y hasta con agua bendita.

No había vacuna para ese gran mal, no existían ritualidades médicas y especialmente, no se vaticinaba nada halagador para la sociedad que de un momento a otro, desde las altas esferas del poder impuso el cierre de las fronteras, el cierre de la circulación vehicular, y fue incluso llegando a establecer la prohibición de salir de casas, en un acuartelamiento y aislamiento total, con pequeñas excepciones para aprovisionarse de alimentos, para buscar medicamentos y sobre todo, para cumplir esos compromisos inherentes al ser humano, como son los abrazos, los besos y todas las manifestaciones de afectos entre unos y otros, comenzó a ser visto como un peligro ante la forma de la propagación de una epidemia que se asemejaba a los primeros pasos de un apocalipsis total.

Todos los seres sufrieron en silencio ese proceso, que se sumaba hora tras hora, en una intermitente y reiterada situación de pánico que se dimensionó cuando a partir de las estadísticas se presentaban cifras y datos que tenían que ver con el aumento de las personas contagiadas, con la muerte de quienes no alcanzaban a recibir un tratamiento adecuado y con esa forma desproporcionada como de la noche a la mañana, en un ejercicio propio de una guerra, los hospitales, centros de salud, droguerías y toda clase de practicantes de la medicina tradicional, natural y homeopática, se vieron comprometidos en atender a muchas personas que empezaban a presentar algunos de los síntomas reconocidos como manifestación de ese contagio y que en muchas ocasiones terminaban funestamente, en tanto que otros eran sobrellevados con medicamentos caseros, e incluso, con recomendaciones de productos que eran utilizados para el campo, para la ganadería.

Fue cuando empezamos a vivir y evocar esas lecciones que aún no hemos aprendido y que seguimos dejando de lado, cuando no respetamos al otro, cuando no buscamos un acuerdo para la convivencia y cuando la corrupción cobró grandes dividendos hasta el punto de utilizar una normatividad de emergencia para pensar solo en enriquecer a unos y a otros, en esa confabulación que ya se convirtió en un proceso rutinario en nuestra vida colombiana.

Hoy, cuando las muertes disminuyen, cuando los contagios no cesan y cuando los anticuerpos que se van generando en cada uno de los seres humanos permiten que entendamos que esta pandemia cobra otros ribetes históricos y se transforma en otro tipo de dolencia, es cuando desde el gobierno nacional se acusa a quienes fueron sus electores, de haber sido los principales protagonistas del desastre, cuando la verdadera hecatombe es una suma de unos y de otros que propiciados por esa lucha contra la libertad y contra los sueños, nos lleva cada día a perder las esperanzas y ver frustrados nuestros deseos de alcanzar los postulados de felicidad que nunca hemos podido disfrutar como quisiéramos.

 

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