Por: Hugo Fernando Cabrera Ochoa
Jóvenes sin panorama ni futuro optan por sumergirse en el mundo del crimen, arriesgando su vida y poniendo en riesgo la vida de sus víctimas. Nada les importa. Sin darse cuenta, se contagiaron de un mal social que los corrompió y que seguramente los conducirá al cadalso. De esa forma de vivir, lo único que se espera es la muerte.
En medio de un contexto gris, oscurecido por la delincuencia y la inseguridad, los ciudadanos salen a la calle a ejercer su derecho a movilizarse libremente (Constitución Política – Art. 24 / Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos – Art. 12 / Convención Americana sobre Derechos Humanos – Art. 22), sin embargo, su integridad física y sicológica, que es otro derecho consagrado en la Carta Constitucional y en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, se ve vulnerada permanentemente por el actuar de quienes han ido enterrándose vivos en el subrepticio cosmos del hampa.
Ante la debilidad de quienes deben garantizar la protección de los habitantes de la ciudad, la población ha venido dejándose contagiar del mismo virus que muta y se convierte en una enfermedad social mayor, que hace que la gente de bien pierda sus estribos, y en la necesidad de protegerse y proteger a sus familias, en una actitud criminal, agreden físicamente a los maleantes que son atrapados en flagrancia. Ellos se justifican, la ley no lo permite, pero las autoridades se hacen las ciegas debido a su inoperancia.
¡Qué bajo hemos caído! Muchos sentimos placer al ver en las redes sociales a un muchacho que apenas supera la mayoría de edad, totalmente golpeado; atado a un poste en el que inicialmente sus víctimas, ahora sus victimarios, lo han puesto para que según ellos reciba su merecido (paloterapia).
No sé a dónde iremos a parar con tanta delincuencia y tanta inseguridad en Neiva. Lo cierto es que salir a la vía pública se está convirtiendo en un gran peligro y lo más complicado es que ese riesgo se debe correr a diario para poder ir a trabajar o a estudiar.