Por: Alberto Linero
Tener claro que no podemos comprometernos con quien no está comprometido con nosotros, y que siempre podremos ser felices dejando a quienes parecían ser nuestro único camino de felicidad. Saber mirar a los ojos y decir con firmeza y amabilidad la verdad que nos hace libres, aunque eso implique que una relación no funcione más. Decir lo que no está bien, lo que no entendemos, lo que nos lástima, sin ningún miedo distinto al temor de no decirlo asertivamente.
Como humanos vivimos en constantes paradojas: ser únicos e irrepetibles, pero también tener que construir relaciones desde lo que nos identifica con los demás; ser autónomos, y al tiempo, realizarnos en interdependencia con los otros, que siempre aportan mucho en nuestro provecho; amar en libertad y sin miedo a la soledad, pero sabiendo el valor de los otros y dejándonos amar inteligentemente. Una de las claves de la vida está en aprender a sobreaguar en esas corrientes a veces demasiado intensas y avasalladoras. La felicidad supondrá vivir desde una actitud que sepa encontrar armonía entre ellas.
Escuchar a los otros con atención, apertura y acogida, pero sabiendo que somos los dueños de nuestra existencia y que será nuestro criterio el que defina cómo debemos vivir. Explorar las lógicas y rutinas de pensar que tienen los demás para enriquecer la nuestra, sin dejarnos imponer nada que no realice nuestros valores innegociables. Aprender de otros, sin asumir influencias ciegas que nos obliguen a vivir en situaciones problemáticas que destruyan la vida.
Entender que usamos las redes para informarnos, para conocer pensamientos distintos, para reírnos con las ocurrencias que nos sorprenden, pero conscientes de que no somos sus esclavos y que no tenemos que complacer a ninguna cuenta, que podemos opinar en libertad y sin miedo del matoneo que los bots o algunos fanáticos organizan. No podemos dejar que esos pretenciosos determinen nuestra vida, menos cuando ni siquiera nos conocen, ni saben qué es lo que nos mueve desde lo profundo de nuestro ser. Al fin y al cabo el mundo de las redes es más ficticio que el de las calles. Ya sabemos que desde todos los puestos ideológicos se generan tendencias para hacernos creer esto o aquello.
Amar con todas las fuerzas del corazón, sin miedo a poner límites y saber cuándo decir: ya no más. Entregar lo mejor de nosotros, pero sabiendo leer cuándo están intentando abusar de nuestra decisión generosa. Perdonar y dar nuevas oportunidades sólo a quien las merezca porque ha demostrado su compromiso con el cambio de sus hábitos y sus dinámicas existenciales que han resultado dañinas y dolorosas.
Tener claro que no podemos comprometernos con quien no está comprometido con nosotros, y que siempre podremos ser felices dejando a quienes parecían ser nuestro único camino de felicidad. Saber mirar a los ojos y decir con firmeza y amabilidad la verdad que nos hace libres, aunque eso implique que una relación no funcione más. Decir lo que no está bien, lo que no entendemos, lo que nos lástima, sin ningún miedo distinto al temor de no decirlo asertivamente. Cuando en una relación tenemos pavor de hablarle al otro, algo anda mal… ¡Qué va! Todo anda mal.
Trabajar sin cargar a nadie, sabiendo que cuando asumimos las responsabilidades de los otros como propias, lo único que hacemos es inhabilitarlos o volverlos cómodos y abusadores. Sumar nuestros dones y capacidades a las sinergias de quienes ofrecen responsablemente lo mejor de ellos. Vivir en equipo exige que cada uno sea consciente de lo que tiene que aportar, sin esa conciencia estaremos agrupados, pero no laboraremos hacia el mismo objetivo que nos realiza. Ser solidarios, ayudar, servir a los demás no implica darles todo, volverlos vividores y evitarles la fatiga de enfrentar su propia misión de vida.
Esa es la armonía que tenemos que buscar a diario para solventar las paradojas que intentan escindirnos a cada momento.