Por: Elbacé Restrepo
De alguna manera, el día de elecciones presidenciales se me parece mucho a la fiesta de Año Viejo, que a veces esperamos llenos de ansiedad y cargados de ilusiones, como si un milagro ocurriera a la media noche y se reiniciara el sistema para empezar de cero, siempre para bien. ¡Ja!
No sé quién será elegido esta tarde como presidente de la República, ni qué va a pasar en los próximos cuatro años. Pero, pase lo que pase, la vida sigue y Colombia nos necesita, hoy más que nunca, a cada uno aportando desde su ser, su saber y su hacer: Mañana habrá que seguir sembrando, cosechando y produciendo con perrenque colombiano.
Pase lo que pase, ojalá cese el ruido mentiroso, el odio, el discurso intolerante que nos divide, el querer acabar con el que tiene un peso más, que, muy seguramente, consiguió a punta de sudor y deudas.
Aunque la violencia viene desde el comienzo de los tiempos, “cuando el burro mató a Caín con la quijada de Abel”, según un cuento muy tergiversado, en Colombia sabemos no del agua que nos ha mojado, sino del torrencial que nos ha empantanado en esta campaña larga y fatigosa. Ojalá sanen las heridas de muerte y vuelvan a quererse como antes los amigos y familiares que salieron lastimados por diferencias ideológicas.
Sería muy saludable reconocer que somos parte del problema cuando esperamos que el gobierno lo haga todo por nosotros. Cuando se destruyen los bienes públicos y la propiedad privada. Cuando se vandaliza un servicio de transporte necesario para todos y cuando bloqueamos calles y carreteras, actividades que se pusieron de moda con las protestas que nos tienen azotados desde hace dos años y de las que ya estamos advertidos, por no decir amenazados. Cuando no votamos porque “a mí el gobierno no me da nada”. Cuando no ayudamos al vecino a recuperar su negocio. Cuando tiramos la basura en la calle o nos permitimos tomar atajos indebidos para llegar a la meta acabando con los demás en el camino. Cuando cohonestamos con la corrupción, bien por acción o por indiferencia. Cuando no entendemos que todos somos el Estado y no un señor elegido para llevar el timón. Ejemplos sencillos de vías alternas que nos llevarían a la autopista principal: Una Colombia mejor.
Después de esta elección, queda muy claro que necesitamos formarnos en cultura política limpia, porque lo que debería ser una fiesta para celebrar se convierte, gracias a las prácticas veladas de algunos, en un motivo para desconfiar más de todos. Pase lo que pase, tenemos que ser más generosos, menos mezquinos; más solidarios, menos indiferentes; más esforzados, menos conformistas; más propositivos, menos destructivos; más racionales, menos impulsivos…
Y, pase lo que pase, que la democracia se conserve. Finalmente, después de todo lo malo, lo feo y lo aberrante de este proceso electoral, lo bueno es que tuvimos la oportunidad de elegir. Que eso jamás cambie.