Por: Winston Morales Chavarro
Colombia es tierra de ciclistas. A lo largo de la historia reciente, nuestro país ha sobresalido siempre en el ciclismo. Por encima de otros deportes como el fútbol, la natación o el baloncesto, Colombia es cuna de escaladores, y lo anterior puede ser una metáfora o una analogía: los colombianos estamos acostumbrados a las pendientes, a la cuesta arriba, a los puertos de montaña, todo esto gracias a las desigualdades sociales que abundan en esta tierra. La pobreza en Colombia no tiene límites; se habla de que casi la mitad de la población colombiana es pobre o está muy cerca de engrosar la fila de la miseria.
Se estima, por ejemplo, que en Cartagena de Indias hay más de 70 mil mototaxistas y esta cifra nada tiene que ver con esa retórica acomodada de que cada quien es dueño de su destino y que la mala fortuna de unos tiene que ver con la falta de esfuerzo, ausencia de disciplina o carencia de berraquera. Si eso fuera verdad, todos los deportistas serían homogéneos, todos serían estrellas (al mejor estilo de Messi, Ronaldo o Ronaldinho), y entonces no existirían los ídolos deportivos, como existen en el ciclismo, el baloncesto o el boxeo. No todos pueden llegar a convertirse en un Rocky Marciano o en un Muhammad Ali, ni inspirarían películas como las de Sylvester Stallone.
No todos los seres humanos tienen la fortuna, pese a sus esfuerzos y a sus luchas, de alcanzar el reconocimiento o la abundancia, pero sí es muy importante entender que es mucho más fácil cuando hay educación, empleo y oportunidades. ¿Cuántos de esos 70 mil mototaxistas que hay en Cartagena son profesionales? ¿Cuántos de ellos tuvieron la oportunidad de ingresar a una universidad pública? ¿Cuántos de ellos se cansaron de remitir hojas de vida a la poca oferta laboral que existe en el Caribe colombiano?
Extendamos estas preguntas al resto del país. ¿Cuántos mototaxistas hay en Plato Magdalena? ¿Cuántos en Valledupar, cuántos en Barranquilla o Neiva?
Se habla que las motocicletas representan el 60 % del parque automotor de Colombia, ¿cuántas de esas están destinadas al mototaxismo o al servicio domiciliario?
Yo sé que a muchos conductores les incomodan las peripecias de muchos «moteros» en las principales avenidas de su ciudad. La pregunta empática sería: ¿cuántos de ellos sueñan con un empleo estable, con garantías laborales y prestaciones sociales? Seguramente todos. ¿Cuántos bicitaxis hay en el territorio nacional, cuántos repartidores de domicilios, mensajeros o cobradores?
En el país hay más de siete millones de ocupados informales y más de tres millones de vendedores ambulantes. De acuerdo con el Dane, Cúcuta, Neiva, Cartagena y Sincelejo presentan las cifras más altas de informalidad. Y en este punto vuelvo a hablar de la incomodidad que muchos sienten de no poder caminar libremente por sus andenes. ¿Será que un vendedor ambulante lo hace por placer? ¿Será que un mototaxista escoge ese oficio por diversión? Si muchos de ustedes no hubieran ganado una beca (en la Universidad Andina Simón Bolívar de Quito, por ejemplo) hoy por hoy no serían magísteres. ¿Quién de los que me lee tiene 50 millones para una maestría o 100 para un doctorado? La falta de oportunidades en Colombia es cosa seria, y cada día el panorama pinta peor. Cuántos magísteres o doctores hay en el país trabajando por prestación de servicios? ¿Es justo pagar un doctorado y trabajar por contratos de seis o siete meses? Si usted es bueno haciendo deducciones podrá verificar que es muy probable que nunca recupere esa inversión. Ahora, ¿cuánto tiene que pagar de seguridad social por ese contrato?
Las cosas en Colombia no pintan nada bien. Las oportunidades son cada vez más escasas para la millarada de jóvenes que egresan de los colegios públicos y privados del país.
Miles, millones de colombianos pedalean, ruedan todos los días para conseguir el pan. Y pedalean no para convertirse en un Uran, en un Bernal o en un Quintana. Tampoco lo hacen para subirse a un podio en España, en Francia o en Italia. Simplemente lo hacen para conseguir el pan, pedalean para conseguir el pan, no importa que al final de la jornada ese pan tenga un sabor añejo o esté más tieso que el pedal en el cual pone sus zapatillas para avanzar. En esos pedales avanza el país.