DIARIO DEL HUILA, CRÓNICA
Por: Hernán Galindo
Con la modernidad y el pasar de los años son varios los oficios o trabajos que han ido desapareciendo o cediendo espacios, pero hay personas que se niegan a dejarlos perder porque les significa su sustento diario, es lo único que, tal vez, saben hacer.
Es el caso de Jorge Alirio Rojas, de 69 años, ubicado justo al lado derecho de la entrada que da paso de Surabastos a Mercaneiva, las grandes centrales de alimentos de Neiva. Tiene un puesto de cacharros y mercancía donde sobresalen cuchillos para todas las necesidades y gustos.
Hospitalidad huilense
Nació en Ricaurte Cundinamarca, de donde partió hace muchos años, cuando tenía 14, a recorrer tierra y a comer calle. Después de mucho andar y aventurar, gozar y sufrir, llegó a Neiva a pagar el servicio militar. Y se amañó con la ciudad y la hospitalidad de la gente.
“Muy pequeño quede huérfano y me tocó salir de la casa, a rebuscarme la vida. Qué más hacía ante tanta necesidad. Llegué en 1973, a un asentamiento y a batallar en el microcentro vendiendo lotería y así seguí”.
Aquí formó la familia. Luz Marina Ocampo, la señora, que también trabaja en ventas y el comercio; y dos hijos: Jorge Arley y Alexander.
“Después me gustó ser vendedor de cachivaches, de toda clase de mercancía y hasta de ropa. Tenía un puesto en la carrera tercera, afuera de la Galería Central, hasta que la tumbaron. Entonces nos tocó venirnos para acá. No hubo opción…”.
No recuerda con exactitud, pero hace memoria de que hace casi 25 años se estableció en su actual sitio de trabajo, a un costado de la venta mayorista de pescado en Mercaneiva, cuenta, mientras suena con alto volumen un radio que siempre lo acompaña con música popular.
“A veces va bien, otras regular y así…no hay estabilidad. Pero en el último tiempo se ha puesto muy difícil porque cada vez viene menos gente a mercar acá. Lo que ayuda son los cuchillos, lo que más se vende para carniceros, para los que arreglan cebolla, pican fruta o verdura…”.
La jornada de Jorge Alirio inicia antes de las 5 de la mañana y va hasta las 12 del día. No trabaja miércoles y lunes porque son días de mínimo movimiento de eventuales clientes o inquilinos de la plaza. Trabaja martes jueves, viernes, sábado y domingo.
El puesto es sencillo. Un toldo, una silla rimax y una tabla sobre la que exhibe la mercancía: cuchillos, grandes, medianos y pequeños, de distintos precios. Limas de piedra para afilar; exprimidores de metal para frutas; tenedores y sartenes.
“También hay herramientas. Tijeras, alicates, destornilladores, metros, trompos, abrelatas, llaves de tuerca, encendedores, veneno para animales, matamoscas, relojes de mesa y hasta tapabocas…le tengo de todo”.
No es tarea fácil, casi todos los días, tender y recoger tanto cacharro, que en volumen pesan, para luego trastear cuando cierra el negocio.
“Lo más difícil es cuando el día no ha sido bueno. La pandemia y los encierros de la gente nos han perjudicado. También es muy cansón la lluvia…el sol uno como que se acostumbra, pero el agua causa daños a la mercancía y a las personas les da pereza salir…pero ahí vamos”.
Por fortuna para Jorge Alirio, vestido de jean, camisa y gorra, no sufre de ningún mal o enfermedad. Se considera un tipo alentado y agradecido con Dios.
“El único problema es de la vista. Ha sido de siempre. De miopía, creo que la llaman. Pero bueno no es tan grave”, y nos cuenta que no tiene definido vacunarse contra el Covid-19 “porque hay mucho pícaro. Gente que se vacunó y se murió, han dicho en las noticias”.
Ilusión de tener negocio propio
Sueña con tener un negocio propio, una cacharrería, pero, reconoce, no sin pesar en la cara, que no tiene el plante “ni la facultad” para montarlo. Eso tiene su costo, dice…
¿Y si se le hiciera el milagrito?, le preguntamos…Se queda callado, pensando, en silencio, un buen rato. “Pues, habría que mirar…Me gustaría…para estabilizarme, donde haya más comercio, más oportunidades…Aquí uno levanta para medio comer, no para capitalizar”.
¿Y qué nombre le pondría…? De nuevo se queda pensando, como soñando despierto. Hasta que se atreve a responder, con algo de pena…
“Yo le pondría el perrito”. Por qué. “Aquí todos me conocen como el perrito. Ese es mi nombre. Todos me llaman así. Por mi nombre propio no me consigue aquí ni en ninguna parte”.
¿Y por qué el apodo? “De pronto me les parezco a un perrito”, comenta, y ríe de buena gana…, mientras se mueve con rapidez en “el cambuche” para atender a una señora que llega a preguntar -adivinen- “por un cuchillo, pero bien bueno, para despresar pollo”.