Por: Gerardo Aldana García
Petro vive, luego de tres meses de posesionado como presidente, entre un país divido en prácticamente dos mitades. Quienes votaron por él, mantienen su fe en el líder que los inspiró con su discurso reformista; la otra mitad, vive aún con el fantasma de un ejecutivo que aún no logra desdibujar imágenes en el inconsciente colectivo de la oposición en donde campean amenazas de entrega del país a prácticas de gobierno similares a los de otros ejercicios de corte socialista, vividos con más pena que gloria en naciones latinoamericanas. Sin embargo, es un hecho cierto que Petro tiene posiciones que podrían hacer ver en él a un carismático estadista capaz de motivar desde su elocuente discurso, sensibilidades hacia el cambio, al más alto nivel, especialmente en el campo de la relación inocultable entre economía y cambio climático, pasando por matices ineludibles de la desigualdad social a nivel mundial. Debo admitir que no he sido un afecto confeso de este líder político, pero eso si observador de su lectura del crecimiento y desarrollo de la nación. Debo decir sin embargo que admiro algunos de sus pronunciamientos en escenarios como Naciones Unidas y más recientemente en el Foro de Paris por La Paz, en donde su posición sobre el manejo de los combustibles fósiles es reiterada en términos de tildar a esta industria como la generadora de la mayor incidencia en el menoscabo de los recursos naturales, con letales consecuencias en el cambio climático que, según él traerá consigo la desaparición de las especies, incluida la humana. Por supuesto que tanto economistas, como también muchos líderes mundiales, al igual que ciudadanos del común, podemos advertir que la sustitución de los hidrocarburos asociados a petróleo y gas no es un escenario para el cual el mundo esté preparado. Los efectos de ello en la economía y en la vida de los seres humanos como de muchas especies, estarían notablemente afectados en el momento de una eventual desaparición de esta industria. Estamos de acuerdo en que, de darse tal fenómeno, tendrá que ser producto de un proceso gradual, siempre que los grandes monopolios económicos a nivel global, así lo permitan.
Pero es necesario destacar que el presidente Petro luce absolutamente convencido de su predicado conservacionista de la naturaleza, como fuente de vida. Los seres humanos que poblamos aún el planeta, sabemos que lo que dice el mandatario es una realidad. La contaminación derivada del uso de este tipo de combustibles que llega no solo a la capa de ozono sino al lecho de los mares, unida a la obcecada deforestación en los grandes pulmones del mundo como la Amazonía, vienen haciendo que el planeta muera lentamente. Esa es una realidad insoslayable. La respiramos en el aire cada vez más poluto de las ciudades, la vivimos en los calores insoportables y en las inundaciones que anualmente anegan o arrasan pueblos, vidas humanas y semovientes. Petro está demostrando que tiene carácter para izar la bandera de salvar el medio ambiente. Desde su investidura, le es posible ser escuchado en las esferas en las que se toman las grandes decisiones, incluidas las de conservar la especie humana. Que bueno sería que muchos mandatarios en el mundo se sumen a esta solicitud que ahora, con denodado vigor esgrime Gustavo Petro. La pandemia del Convid 19 enseñó al mundo que, si puede detenerse en muchas de sus dinámicas socioeconómicas, cuando la prioridad es la vida humana; de idéntica manera, deberíamos todos acrecentar el nivel de conciencia para entender que acabar con el aire, la tierra, el agua, es seguir cavando la tumba en la que millones podemos ser sepultados.