Por: Jaime Felipe Lozada.
Imposible encontrar una mejor cortina de humo para poner al país a mirar para otro lado, y olvidar así sea por un tiempo los verdaderos y muy hondos problemas que nos aquejan como por ejemplo la inseguridad y la pérdida de control territorial que elevar una propuesta para reformar la Constitución del 91 con una constituyente, tal y como en días pasados y en un discurso cargado de populismo, circunloquios y verborrea caudillista hiciera desde la ciudad de Cali el presidente de la República; propuesta sin sentido para algunos, para otros, y me incluyo de la mayor gravedad, y a la cual hay que prestarle atención.
Vamos por partes, para modificar la Constitución a través de una Asamblea Nacional Constituyente (y así lo establece el artículo 376 de la Constitución), se deben surtir tres pasos en diferentes instancias, primero, el Senado y la Cámara de Representantes deben aprobar una ley para convocar a los colombianos a elecciones, segundo, de aprobarse dicha ley (cosa que dudo, pues el presidente no tiene mayorías legislativas) y luego de su respectiva sanción presidencial, dicha ley debe ir a la Corte Constitucional para su respectivo control de constitucionalidad, pero por si fuera poco y suponiendo que estos dos pasos son surtidos satisfactoriamente restaría el tercero que es convocar a la ciudadanía y obtener ni más ni menos que el respaldo de una tercera parte de los colombianos que conformamos el censo electoral, el cual, según los datos de la Registraduría Nacional ronda los 39 millones de personas, es decir que se requerirían la nada despreciable cifra de 13 millones de votos para hacer realidad dicha iniciativa; pero más allá de la conveniencia o no de convocar una constituyente y de sus efectos e implicaciones políticas y discusiones jurídicas, lo que realmente busca el presidente es amenazar veladamente al Congreso, el cual según él debe aprobar sus reformas o atenerse en una eventualidad a ser revocado por la constituyente, demostrando su inquina por las instituciones y la molestia que siente por los pesos y contrapesos establecidos en la Constitución que desde hace 30 años rige nuestro marco legal, no le falta razón al senador Humberto de la Calle cuando afirma que los argumentos del presidente para convocar una constituyente son débiles y que antes de emprender tamaño desafío debería cambiar su forma de gobernar, empezando por buscar acuerdos razonables que le convengan al país.
Colombia no puede caer en la trampa de pensar que se requiere una nueva Constitución para cumplir con lo pactado en la Constitución del 91 como algunos lo afirman y así avanzar en un Acuerdo Nacional, como no podemos olvidar lo ocurrido en la presidencia de Rafael Reyes quien en 1905 y agotado ante la imposibilidad de aprobar sus iniciativas en un Congreso mayoritariamente de oposición tomó la decisión de disolverlo y llamar a una asamblea constituyente en la cual sus simpatizantes fueron mayoría, o pasar por alto el peligro latente de que el presidente se convierta en un autócrata prolongando su mandato presidencial alegando que solo él podrá pacificar a Colombia culminando con éxito la “Paz Total” y aliviar de esta manera la actual crisis nacional, ¡ni de fundas!, no estamos para eso, Petro debe entender que es sin revanchismos, sin posiciones dogmáticas, actuando con transparencia y dialogando de manera diáfana con las instituciones democráticamente constituidas y con amplios sectores de la sociedad como se logra avanzar en la consecución de la paz y la reconciliación nacional, y debe entender también que Colombia no es la misma del siglo XIX en donde se convocaban constituciones muchas de ellas armadas, y con fines revanchistas, excluyentes, sectarias y con marcado interés partidista e ideológico, Colombia es una nación madura que ha aprendido a punta de sangre y sacrificio a transitar por el a veces difícil pero loable camino de la democracia, sí, esa misma democracia que el presidente muchas veces parece desdeñar.