Por: MAURICIO SÁNCHEZ CORDOBA
ENTROPIA
Sergio Hernán Perdomo , nombre por el que nunca le llamé, decidió, según nos cuentan las noticias, acabar con su vida .
Este triste episodio , además de ser el último, alimenta chismes y alegra a hipócritas y desaprensivos. El perfecto entretenimiento para esta insípida Semana Santa de pandemia .
Conociéndole como le conocí, pareciese que hasta la fecha hubiese elegido para irse, “antes muerto que sencillo”.
«Pinocho», como le llamamos sus amigos, fue por un tiempo mi vecino de puerta en el edificio «Brostercito». De familia respetable y conocida en el círculo social opita, gozó de los privilegios que nos rodearían durante una maravillosa época. Muchas sus cualidades , entre ellas deportistas nato y su habilidad para los negocios lo hizo sobresaliente.
Paradójicamente esta última se convertiría unos años después en su propio verdugo.
Su afán por complacer su ego y el de muchos , alimentó su leyenda, su fama fue creciendo como la sombra del ciprés… y por querer mantener su nivel de vida llegó a cruzar , con la ayuda de todos , la delgada línea de la ética.
Su habilidad se diluyó con la ambición y desembocó en su «ruina»: la extradición por narco-tráfico.
Todos, todos lo sabíamos. Porque todos cuanto le rodeábamos , nos favorecimos de su espléndida generosidad. Nos hicimos invitar, y en algunas ocasiones, maltratar por sus patanerías. ese era el precio.
Ninguno tuvimos el valor de afrontar la realidad, nos sumimos en una comodidad anestesiada, (la complicidad colectiva).
Todos sin excepción jugamos su juego y le criticamos a sus espaldas . Yo el primero ! Montamos en sus maravillosos coches, motos y jet ski, que luego vendía, (irónicamente a aquellos que después le señalaron cuando cayó en desgracia por primara vez).
Llegó la hora de señalarlo: «Terrible. Merecido. Por fin»… se llenaban la boca con hipócritas expresiones algunos de sus mejores clientes.
A Sergio le vi en dos ocasiones más después de mucho tiempo sin contacto . Una de ellas en la Costa de Azahar en pleno Mediterráneo, y la otra algo más reciente, en Madrid , en casa de un gran amigo en común , donde celebramos la Nochebuena del 2017 . Allí conocí a su hijo, alto y bien parecido, como él .
No obstante, Sergio siempre fue lo que nunca ocultó , genio y figura. Nadie puede decir que se sintiera engañado.
Después de esto, sólo me llegaron unas pocas especulaciones y rumorología , que acrecentó su desafortunada “Historia negra».
Pinocho es hoy un “cadaver delicioso”, parafraseando a Paco Umbral, articulista español, cuando se refirió a la muerte del premio Nobel de literatura, el español Camilo José Cela.
¡Hora de comer!
Sergio es ya carne de buitre, y sus enemigos bailarán sobre sobre su tumba . Tertulianos de salón harán gala de haberlo conocido sin siquiera haber cruzado una palabra con él.
¿Alguno sabía lo que realmente había en su interior?. ¿Nos preocupamos quizá por saber qué sentía?. ¿Cuál era su búsqueda?
Y será cuestión de días.
Y lo olvidaremos.
Porque así es el ser humano, porque como dijese Alberto Cortés, «Los errores son tiestos que tirar a los demás.
Los aciertos son nuestros, y jamás de los demás.
Cada paso un intento de pisar a los demás.
«Cada vez más violento es el portazo a los demás».
Yo me quedo con las cosas buenas de “Pinocho”, su generosidad, su risa y su carisma.
Pido perdón a su familia si en algún momento le ofendí o le juzgué, o si simplemente le envidié por querer tener lo que él tenía; y prometo no señalar jamás su imagen.
Descansa en paz amigo mío.