Por: Juan Pablo Liévano
Pedro Castillo, el ahora expresidente del Perú, refleja todo lo malo de la política y liderazgo latinoamericano. Da pena, por el Perú y nuestro pueblo latinoamericano, contar con dirigentes tan incapaces, corruptos y torpes como el profesor Castillo, personaje de fábula, digno del realismo mágico, propio para las novelas, pero totalmente inadecuado para el manejo profesional del gobierno.
Castillo nace en una familia campesina, humilde y trabajadora y, después de muchas vicisitudes y esfuerzo, tuvo la oportunidad de estudiar educación y obtener una maestría en psicología educativa, tras rumores de plagio en su tesis y la de su esposa. Fue dirigente sindical, siendo incluso presidente del Sindicato Único de Trabajadores de la Educación y secretario general de la Federación de Nacional de Trabajadores en la Educación, es decir, todo un burócrata del magisterio.
Participó en huelgas, como la del 2017, que pedía el aumento de las remuneraciones, el pago de la deuda social, el incremento al presupuesto a la educación y el no a la carrera educativa. Estas loables, pero en algunos casos inconvenientes solicitudes, lo catapultaron en el mundo político, donde antes había fracasado. Castillo tiene el populismo y el socialismo en su ADN político, por no decir el marxismo-leninismo o progresismo, como ahora se autoproclaman de manera eufemística los comunistas. En aspectos de familia es conservador, al estar en contra del enfoque de género, la legalización del aborto, la eutanasia y el matrimonio homosexual.
No se oponía a la exploración y explotación de los recursos naturales, pero dejaba en libertad a las comunidades locales para que decidieran. También era partidario de regular y controlar a los medios de comunicación. Con esta impronta, y después de varios intentos del Congreso peruano de declarar su vacancia por incapacidad moral, por la crisis de gobernabilidad generada por sus condiciones personales e intelectuales, sumado a los escándalos de corrupción, salió a flote su verdadero ser antidemocrático, dictatorial y comunista y decidió disolver el Congreso y declarar el estado de excepción, es decir, dio un golpe de estado que terminó con la declaración de su vacancia por parte del Congreso y su arresto por golpista y usurpador. Tristes y difíciles momentos para el Perú, que son consecuencia de una mala elección por parte de la ciudadanía que, cansada de los malos gobiernos, terminaron eligiendo un personaje sin las condiciones requeridas para gobernar.
La situación, sin embargo, imprime muchas enseñanzas para Latinoamérica, pues elegir mal tiene consecuencias para los pueblos y las instituciones deben hacerse respetar y defenderse de los golpes de estado y de las dictaduras, incluso antes de que la mismas se transformen en insectos kafkianos que devoren el futuro del país. Para el Perú fue clave defender el orden constitucional de manera rápida, tranquila y contundente. En Venezuela, por el contrario, la dictadura se cimentó lentamente, como el óxido nauseabundo que carcome poco a poco el más duro de los cascos de un buque. En Colombia debemos mantener el orden constitucional, como hasta ahora, siempre garantizando el cambio de gobierno, en beneficio de todos los colombianos, y así ser un ejemplo para seguir en toda Latinoamérica.