Por: Rubér BustosComo caficultor, siento un gran alivio tras el hundimiento de los artículos 31, 32 y 33 de la reforma laboral, propuestos por el gobierno de Gustavo Petro. Estas normas, lejos de beneficiar al campo, habrían asfixiado a los pequeños y medianos productores como yo, que trabajamos día a día para sacar adelante nuestras fincas. En mi caso, estos artículos habrían sido la sentencia de muerte para mi pequeña empresa cafetera. Las cargas adicionales que pretendían imponer no solo eran absurdas, sino que estaban completamente desconectadas de la realidad que vivimos en el agro.
La idea de un contrato agropecuario, con obligaciones y prestaciones rígidas, suena bien en el papel, pero en la práctica hubiera sido un desastre. En el campo, el trabajo es estacional, fluctúa según las cosechas, y no podemos garantizar la estabilidad que exigen esos contratos. ¿Cómo puede un pequeño caficultor soportar los costos de las prestaciones, primas y demás exigencias cuando apenas puede salir adelante con los márgenes que deja la venta del café?
Y el jornal agropecuario propuesto era otra locura. En ningún caso se planteaba remunerar el trabajo por el tiempo efectivamente laborado. Esto habría dejado a pequeños productores como yo con una carga imposible de sostener. Muchos estaríamos condenados a dejar de contratar personal, lo que agudizaría la informalidad, a la explotación de la mano de obra y, en el peor de los casos, al cierre de nuestras fincas.
Además, la propuesta de garantizar una“vivienda digna” para los trabajadores rurales suena bonita, pero es pura retórica. En el campo, donde ni siquiera los propietarios de las fincas tienen muchas veces acceso a una vivienda en condiciones óptimas, ¿cómo se nos puede exigir cumplir con estándares que ni siquiera las autoridades locales logran garantizar? Esto no es más que una muestra de la desconexión entre quienes proponen estas reformas y la realidad del agro.
Agradezco profundamente a los representantes a la Cámara por el Huila ñ; Luz Aida Pastrana y Julio César Triana, así como a todos los Representantes del país por defendernos al no aprobar estas iniciativas lesivas. Gracias a ellos, más del 90% de los caficultores de Colombia, que somos pequeños productores, no tendremos que soportar estas cargas insostenibles. Estos artículos no habrían beneficiado a nadie, salvo a los políticos que buscan ganar aplausos con discursos populistas. Para los que estamos en el campo, era una trampa. El hundimiento de estos artículos fue un triunfo para la razón y para la supervivencia de los pequeños productores.
No necesitamos más cargas burocráticas que nos ahoguen; necesitamos políticas que entiendan la verdadera realidad del campo y nos ayuden a seguir trabajando con dignidad, sin estar al borde del colapso.
