Por: Álvaro Hernando Cardona González
Este domingo, son las elecciones para escoger miembros del Congreso de la República (incluidas las “curules de paz” en las CITREP e indígenas), y candidatos de las consultas a Presidencia de la República. Los columnistas colegas han escrito y seguramente escribirán sobre quiénes votar, y digámoslo, veladamente, los periodistas nos han dejado ver en su mayoría cuáles son sus candidatos de preferencia. No lo haremos.
Primero que nada, hay que votar. Es un derecho dicen todos, pero realmente es un deber de extremo valor para la democracia, para el republicanismo (separación y autonomía de las tres ramas del poder público), para garantizar la libertad (¿no es maravilloso poder criticar a nuestros gobernantes sin que nos tomen presos como ocurre en las dictaduras? O, ¿Qué la prensa escriba u opine sobre lo que estime?), para asegurar un plan de gobierno y legislación para el bien común.
Lo que nuestro sistema jurídico-político tiene de encanto es que podemos decir lo que se nos ocurra sin que nos coarten, y la seguridad de que, si lo deseamos, cambiemos los colores políticos cuando creemos que no son eficientes. Así ha ocurrido hasta ahora, es la verdad de a puño, luego del Frente Nacional y con algunas excepciones antes de este, es que tenemos la posibilidad de pasar de un partido a otro según nos llamen la atención o no.
Hay que votar, por quien sea, pero hay que votar. Sin vender la consciencia. Lo otro, es saber por quién votar, a quiénes elegir. Y como casi todos hablan sobre por quiénes, nosotros tenemos claro por quiénes no hacerlo. Eso ayuda mucho ya que, es cierto, la mayoría de quienes aspiran están más motivados por asegurar unos ingresos y poder, que a resolver problemas estructurales. Un ejemplo, hablan mucho de “combatir la corrupción”, pero en el Congreso anterior nadie propuso medidas para evitarla. Nadie. Todos incluso proponen cosas que lo que hacen es estimularla, por ejemplo, bajar los sueldos de los congresistas. Bobadas, un funcionario mal pago es más proclive a robar y trampear. Y en vez de que les disminuyan el ingreso, lo que hay que hacer es no pagar si no por lo trabajado, entre otras medidas; por sólo poner un ejemplo.
Tener claro por quiénes no votar es ético. Elimina a los que su comportamiento y realidades dejan qué desear. Disminuye la lista para escoger. Esto no es de ideologías, decíamos en otra columna, sino de personas y calidades humanas y personales.
No votar por quienes haya o estén robando, corrompiendo, asesinando, apoyando grupos delincuenciales (todos y de todos los pelambres), por quienes ya han estado bastante tiempo en el Congreso y hablan de renovación, además, por quienes hablan de renovación y pasan incluso de los 60 años, mentirosos evidentes, exgobernantes que no ejecutaron. Votar éticamente es un deber.