Alguna vez de nuestras vidas, hemos sido sujetos de acosos en la etapa escolar, a través de las diferentes manifestaciones como se presentan en la actualidad. El acoso escolar se presenta de cualquier forma de maltrato psicológico, verbal o físico producido entre estudiantes de forma reiterada a lo largo de un tiempo determinado tanto en el aula, como a través de las redes sociales, con el nombre específico de ciberacoso. Estas prácticas son detestables, porque pueden dejar huellas que en muchas ocasiones generan alteraciones en el comportamiento de los adolescentes. Prácticas como el matoneo o el acoso escolar se niegan a desaparecer de los centros escolares.
Actualmente en algunas Instituciones Educativas se presentan agresiones físicas entre los mismos estudiantes, que terminan en lesiones físicas. Estos actos están preocupando a las autoridades educativas, por el incremento, que inclusive desborda la capacidad de respuesta de los estamentos educativos y que se niegan a desaparecer, justo allí, en el escenario donde se supone que se edifican y consolidan valores como la amistad y el compañerismo. Es una cruel contradicción. Durante los últimos tres años, antes de la pandemia y ahora que regresamos a la presencialidad, se han presentado estos casos aberrantes, que desdibujan el quehacer educativo.
Lo sucedido con estos episodios de bullying, nos obliga a preguntarnos de qué manera nuestros jóvenes están resolviendo sus conflictos, hasta dónde el ambiente del país y de la ciudad los está motivando a arreglar los problemas por la vía de la violencia; ¿cuál es el papel que en este frente vienen desempeñando las distintas autoridades: ¿Educación, entidades y las mismas familias? Cierto es que hechos de matoneo o acoso escolar los ha habido peores en el pasado reciente. Pero esto no obsta para hacer un llamado de atención a la sociedad en su conjunto, que debe entender que comportamientos como los exhibidos en este caso no surgen de manera espontánea y que algo de responsabilidad nos cabe a todos.
Pero esto no ha sido gratuito ni espontáneo, sino el resultado de la visibilización de una situación que silenciosamente ha tendido a normalizar los abusos en los centros educativos. La perspectiva es favorable, y solo se espera que los compromisos planteados se lleven a la práctica de manera urgente. Y, más allá de estas investigaciones, la situación ha tenido mayor notoriedad a través de miles de denuncias que se difunden a través de los medios de comunicación y redes sociales. Han servido de válvulas de escape para muchas directivas de establecimientos educativos que libremente que han contado sus experiencias de maltratos desde sutiles hasta preocupantes y diversas formas de agresión física, emocional y sexual. Erradicar el maltrato de las aulas es una parte de esa humanización que en la educación todos claman.