Por: GERARDO ALDANA GARCÍA
Fue el filósofo griego Aristóteles quien dijo: Uno es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras. Luego, el creador del psicoanálisis Sigmund Freud recreó la frase como: Uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que dice. Y a fe que el postulado tiene señales claras de ser una verdad irrebatible. En asimilación con el alcance del postulado, originalmente griego, podemos recurrir a aquel que dice: dos cosas nunca regresan: la flecha lanzada y la palabra dicha. Y vaya que, en el caso de hombres de la envergadura del presidente de la república, sí que le ha costado, le cuesta y seguramente le seguirá costando, el desestimar el valor de guardar silencio cuando no se debe hablar. Incluso el país entero, tanto prosélitos como adversarios, tienen hoy por hoy en su imaginario, frases de contundente significado y luego de impactante ruido, pronunciadas por el primer mandatario. Y es que cuando el presidente habla, todo el colectivo sabe que lo está haciendo el dueño de casa, verbigracia el propietario de la hacienda, el fundador del grupo empresarial, el obispo de la diócesis, el guía espiritual de la congregación, o como se dice popularmente, el dueño del aviso. Es por ello por lo que sus palabras tienen un connatural poder frente al sociedad que gobierna, y es entonces cuando debe aplicar sabiamente el precepto de seguir siendo dueño de aquello que debe callar y solo decir lo que es pertinente para mantener el equilibrio en el colectivo de individuos, en la nación que gobierna.
Dentro de la muy diversa oferta de frases que el presidente y otrora candidato, ha soltado para preñar de ilusiones el alma de los colombianos y luego él mismo asistir a las frustraciones causadas por su predicado, puedo al menos recordar cuatro, a saber: No subiré el precio de la gasolina. Esta que fue una promesa de campaña que, sin duda le franqueó la confianza de millones de connacionales, muchos de ellos indecisos a la hora votar, y que se inclinaron en su favor, mismos que hoy sienten la defraudación de las finanzas de su propio hogar por cuenta de los efectos del precio del combustible que, en solo dos años de gobierno, pasó de alrededor de $9.180 en 2022 a $15.574 en agosto de 2024, lo que se traduce en una alza de cerca del 70%, algo nunca visto desde el año 2008 cuando se creó el Fondo de Estabilización de Precios de los Combustibles, siendo presidente Álvaro Uribe Vélez. A esta sonora promesa y su ruidoso incumplimiento, puede sumarse otra de las frases de campaña: A los tres meses de ser presidente se acabará el ELN, pues se firmará la paz. Hay que reconocer que, como candidato se supo despachar con tantas ofertas sensiblemente persuasivas para electores cándidos y también de muchos frustrados de otros gobiernos con la esperanza de un mejor mañana, lo que le valió el favor de la mitad de los colombianos votantes, mientras que la otra mitad, apenas levemente por debajo de esta, no le creyó el prestidigitador discurso. Contrario sensu, la paz con el grupo insurgente ni siquiera se asoma y en cambio se percibe la falta de voluntad de los alzados en armas para hacer dejación de estas, y un gobierno titubeante, indeciso para reorientar el rumbo del proceso.
Otra de las frases lanzadas con impactos muy negativos está encarnada en el pronunciamiento del Presidente al expresar que denunciaría ante Naciones Unidas – ONU, que: Colombia no cumple el acuerdo de paz con las Farc. Menudo y desobligante pronunciamiento de quien es máximo mandatario del país. Cómo entender que, quien es el encargado de hacer que se cumplan tales acuerdos, sea justamente quien diga que Colombia no los cumple. Se entiende que, dada la envergadura de la que está investido, él debe garantizar su cumplimiento y dar manejo a las adversidades que se interponen a tan loable responsabilidad de Estado y del gobierno a cargo.
Finalmente, aparece la frase reciente del presidente, espetada con frenesí y sin consideración alguna por el género femenino: Las periodistas del poder, las muñecas de la mafia construyeron la tesis del terrorismo en la protesta y la criminalización del derecho genuino a protestar y decir basta. Una expresión de esta naturaleza, venida del presidente del país, no solo es descortés, desmedida e innecesaria para con las mujeres dedicadas al periodismo, sino que es estruendosamente torpe frente a la opinión pública que se ve representada en damas que son madres, esposas, hermanas, empresarias, ministras, religiosas, niñas, estudiantes, etc; en fin, un pronunciamiento del todo desatinado en la voz de un presidente.
El presidente, desde su fuero personal, como individuo, tiene derecho a manifestarse de las formas aceptadas por la ley, la sociedad y la familia; pero como primer mandatario, debe aprender a contenerse, a templar su centro emocional para hacerse dueño de lo que debe callar, y sopesar aquello que va a decir para el bien del país que representa y gobierna.