Cuando se tenía la esperanza de que la campaña política entre la ciudadanía que vive la influencia de las redes sociales y los medios de comunicación fuera de contenido, convocante a luchar contra los fenómenos de la corrupción, el abuso del poder por parte de nuestros dirigentes políticos, de nuestros gobernantes de turno y de la comunidad en general que se acrecienta con el narcotráfico, la guerrilla, los paramilitares, y la ausencia de una justicia pronta, cumplida e inmediata, nos enfrentamos a una campaña política donde predominan todas las viejas mañas de entonces como cuando un voto se cambia por una teja de zinc, por un bulto de cemento, por un billete de cualquier denominación o por la insinuación de un puesto, un contrato o una oportunidad laboral imposible de cumplir, nos llevan a entender que estamos lejos de un cambio o de una transformación de éste país.
Y los jóvenes, profesionales sin convicción y sin otro argumento que su desempleo o su precariedad económica hace que se entreguen a hacer campañas proselitistas y anunciar beneficios y muchas características benévolas de esos candidatos amañados en la politiquería, que andan de partido en partido, siempre buscando un aval, una condición burocrática o una oportunidad de hacerse parte de ese combo, que dicen en ciertos momentos defender, pero que a la postre termina convirtiéndolos en hijos de sus propios apetitos y de los entuertos y formas de manipulación que conocen desde su infancia.
A ratos parece que las peroratas insulsas de vieja data son su única bandera pretendiendo con su arrogancia calmar su hambre y su ambición, horadando en forma alarmante la conciencia de quienes se sienten frustrados después de contar con otras tantas experiencias de quienes ocupan hoy cargos públicos o de elección popular, y fueron relegados hasta el punto que ya ni siquiera se les determina.
El poder de la desilusión política, del partidismo que hemos vivido y que nos ha enseñado durante más de cincuenta años a comprender esta tragedia, no porque hayamos esperado algo de ellos, sino por el análisis y estudio sociológico que permanente hacemos de las colectividades colombianas, es lo que nos lleva a afirmar y comprobar que es dolorosa la situación de quienes no tienen la osadía de enfrentar su propia realidad. Llama la atención cuando en las calles, en las veredas y en los barrios, encontramos gente de bien que sufren más allá de su propia angustia, el abandono de una dirigencia política y la burla de quienes ocupan hoy los cargos a los que en su momento le ayudaron, con una confianza ciega y con un malestar que se percibe cuando se les recuerda que esos parásitos que hacen política y que nunca han tenido criterio definido en su vocación de poder o de ayudar al otro, han de repetir por siempre la historia de la mediocridad y del abandono del que ya han sido víctimas.
Todo lo anterior nos da una opción de considerar que no podemos seguir siendo víctimas de esos aparecidos que quieren enquistarse en la política barata que siempre hemos conocido, que es hora de considerar de la mejor manera, nuestra propia participación y nuestra propia iniciativa en construir un modelo diferente donde la política sea direccionada hacia la convivencia, donde la política sea humanizada y sea valorada, como el punto inicial de acercamiento al otro, en la construcción de una sociedad igualitaria y compacta que reconozca los valores y que edifique sobre las ruinas, sobre el desastre que hoy en día, nos ha ofrecido nuestra clase gobernante y todos los dirigentes politiqueros, aparecidos y candidatos que andan por las calles engañando y prometiendo lo que no pueden cumplir y que sin diferencia de ideologías, ya que todos conocemos que tienen rabo de paja, podamos abrir las puertas para que algún día se construya una cultura humanizada donde nuestra participación sea realmente obra de una conciencia clara de fundamentar la sociedad que queremos.
