Ernesto Cardoso Camacho
La renovación de los liderazgos sociales y políticos es una imperativa necesidad para que se pueda consolidar de manera cierta y real un verdadero cambio en las estructuras del poder público.
Pero además debe darse dicha renovación con liderazgos transparentes, es decir, que quienes los asuman, tengan coherencia entre sus actuaciones públicas y privadas con los valores y principios que dicen profesar. La honestidad, el respeto, la tolerancia y la sana convivencia; adornadas con la preparación académica y el conocimiento de la estructura del Estado; son condiciones indispensables para que los ciudadanos les otorguen su apoyo decidido y les confíen la administración de sus impuestos y sus deseos de progreso y bienestar.
En esta coyuntura histórica que vive la humanidad cargada de materialismo, codicia, desenfreno, consumismo y mezquindad; aquellos valores éticos y morales suelen ser el único soporte que estimule una verdadera fraternidad cristiana, en donde el ser humano pueda expresar su innata necesidad de crecer en sus dimensiones espirituales y materiales.
El poder político, económico o social nunca debería ser determinante para que tales liderazgos puedan expresarse y surgir como antorchas que iluminen las oscuridades que hoy nos agobian. La corrupción pública y privada, así como el clientelismo político que ha caracterizado a los partidos y movimientos, son sin duda alguna los principales responsables de las injusticias e inequidades sociales. Cuando los presupuestos públicos se administran como riquezas personales o de una camarilla de bandidos, con el fin de mantener la vigencia política y electoral, los ciudadanos ven con impotencia como se diluyen sus posibilidades de progreso y bienestar.
Lo que acaba de ocurrir con la elección de los nuevos miembros de la junta directiva de la Cámara de Comercio de Neiva, es una clara demostración de que la renovación de esos liderazgos empresariales, también podrán realizarse en el sector público y estatal. La interacción articulada entre el sector público y el privado es indispensable para que, existiendo identidad de valores y principios, podamos derrotar la corrupción que nos agobia.
Lo que habrá de ocurrir el próximo año en las elecciones regionales y locales es la gran oportunidad para estimular esos nuevos liderazgos sociales y políticos.
Por ahora, no se observa que exista verdadero interés de los jefes y dirigentes de los clanes políticos existentes en estimular esa renovación. Por el contrario, pareciera que quieren seguir imponiendo sus personales intereses al interior de sus colectividades y extenderlas hacia otros sectores políticos a través de las mañosas coaliciones o acuerdos partidistas con los cuales pretenden mantener sus privilegios.
Lo que ocurre hoy en el congreso, donde de manera desesperada se pretende aprobar una reforma política que si bien es cierto no podría aplicarse para las elecciones del 2023; muestra esa clara tendencia de “fortalecer” a los partidos mediante las listas cerradas y paritarias; pero sin que sean obligatorias las consultas internas, debidamente reglamentadas que ofrezcan oportunidades a esos nuevos liderazgos; dejando al arbitrio y capricho de sus jefes o directorios, la entrega de avales a los aspirantes para mantener el poder político y frustrar la indispensable renovación que se exige con urgencia.
Lo que es incomprensible y genera cierta desazón, es que en el gobierno del cambio se siga prohijando el clientelismo burocrático a cambio de los apoyos a sus proyectos que se tramitan en el congreso. Una cosa es buscar consensos y otra muy distinta es feriar o parcelar las esferas del poder político. Esa gobernabilidad a que nos han tenido acostumbrados que no es otra cosa que favores y mermelada sigue vigente. Allí no existe la prometida renovación ni el cambio que esperan con ansiedad la mayoría de los ciudadanos.
