Por: Álvaro Hernando Cardona González
En abril del año 2005, ocurrió uno de miles de secuestros y asesinatos con los que delincuentes, escudados disque en ideologías, causan daño al pueblo colombiano.
La banda autodenominada Farc, mató a la señora Ligia Calderón de Solano luego de tenerla secuestrada junto a su esposo, dándonos a conocer un acto de heroísmo asombroso aún tantos años después.
En su momento, describimos el rechazo y la condena que cada huilense hacía de la suerte que le tocó a ella; mujer, madre, trabajadora del campo y ciudadana discreta que fue.
También hicimos un llamado para cosechar las lecciones preciosísimas que nos dejó doña Ligia Calderón de Solano “a todo el pueblo de Colombia, agobiado por malandrines sin sentido, ni justificación alguna, que generan más pobreza y desazón a la que cargamos hace décadas. Por éstas, en adelante Ligia Calderón de Solano debe ser reconocida como una heroína. Una persona que actuó coherente con las necesidades colectivas y que se sacrificó por ellas.”
Y es que efectivamente esta ciudadana recia dio ejemplo con la manera de educar a su familia, con sentido de trabajo y con visión empresarial; la de la coherencia entre el pensamiento ético y el comportamiento social, porque doña Ligia sólo se comportó durante el momento de separarse de su esposo y durante el secuestro, como siempre expresó debíamos hacer los colombianos para truncarlo: con su rechazo estoico. Y en su momento este hecho mostró, una vez más, cómo el delito de bandidos con brazaletes o sin ellos, debe ser frustrado económicamente, acabando con el “negocio” que es el secuestro.
Como cualquier empresa o actividad comercial, el secuestro sólo se tornará ineficaz e inútil para quien lo practica si se torna riesgoso, más costoso que la utilidad y antieconómico. Y como todo delito, más si honestamente se quiere una paz definitiva, o al menos alcanzable, nunca debe ser negociado (menos con el delincuente, mucho menos premiado de cualquier manera, pues se estimula) y por supuesto, sometiéndolo a la justicia. Colombia ya ha intentado durante más de cinco décadas ese camino del claudicar, y cada vez se aleja más para los colombianos de esta generación, la posibilidad de partir terrenalmente el conocer la paz. Necios. Estamos pagando la falta de ética, sentido común y lecciones históricas de las más grandes y pujantes civilizaciones.
El rechazo tajante a la humillación, al delito y la contravención, al vejamen sin distingo y despojados de la más mínima humanidad, que hizo a sus secuestradores Ligia Calderón de Solano, nos obliga a honrarla por siempre. ¿Cómo? Siguiendo su ejemplo: al delito y a la contravención hay que decirles ¡alto! Sin ambages, sin claudicar, sin distraernos, sin debilidad y con el convencimiento de que es el único camino para lograr la paz total y definitiva.