Deshojando margaritas
Por Margarita Suárez
En el libro que estoy escribiendo, hoy surgió un personaje irrepetible, cuya historia quiero compartir anticipadamente. Se trata de la cantante española de fama internacional Rocío Jurado, quien murió a mediados del año 2006 víctima que un cáncer de páncreas. Un año antes de su fallecimiento, pasamos con ella cinco días en Cartagena, Colombia, cuando su esposo José Ortega Cano, participó en un festival taurino benéfico, en la plaza caribeña. Con Rocío disfrutamos la playa y recorrimos el centro comprando regalos. Ya estaba enferma y paraba cada cuadra para descansar y tomar líquido. De Cuba le llevaron un bebedizo que supuestamente la sanaría. Pagó un dineral por ese menjurje horrible, fue una estafa. En los almacenes disfrutó mucho. “Están muy monas éstas pijamas bordadas, dame ocho… Me encantan esos anillos, dame seis…” En la playa del Hotel Hilton, donde hospedaron a los participantes en el festival y sus familias, entre ellos mi esposo, nuestra hija María Margarita, mi sobrina Paola Martín y yo, Rocío nos extasiaba contando historias con su marcado acento andaluz. Mientras disfrutábamos la playa, seguía haciendo compras de pareos, collares, fruta, etc. Nos leyó las cartas, pasatiempo que le encantaba. Utilizando mímica, contó el problema que tuvieron con un semental que compraron para su ganadería de casta. “Nos salió mariquita, no le gustaban las hembras”, aseguraba y daba detalles, mientras nosotros llorábamos de la risa. En las noches, cuando regresábamos en una buseta que transportaba al grupo, al acercarse el carro se iluminaba un farol de seguridad del Hotel. Rocío se paraba de su asiento y empezaba a cantar. “No puedo ver un farol encendido porque tengo el reflejo de cantar”, decía. Nos reveló que los cantantes españoles de su época sufrieron cáncer por causa de un medicamento que les administraba un doctor, para aliviar problemas con la voz. El efecto era inmediato y así podían cumplir sus compromisos. Decía Rocío que el único que no se inyectó fue Julio Iglesias, debido a que su padre era médico y le advirtió sobre el peligro. La muerte de tantos artistas españoles de su época, por cáncer, confirma la teoría. De regreso a su patria, predijo que era la última vez que nos veríamos. Y así fue.